El ejemplo más megalómano de construcción de aceleradores de partículas empezó a concebirse en Estados Unidos, en 1991, en los alrededores de Waxahachie (Texas). Se llamaba SSC (Superconducting Supercollider).
Esta catedral nuclear iba a resultar verdaderamente monstruosa, mucho más que el LHC. Con más de 84 kilómetros de longitud (imaginad una visita guiada a pie), su coste habría ascendido a 8.000 millones de dólares y a cientos de millones anuales de mantenimiento. El SSC sería capaz de generar rayos de 30 TeV (millones y millones de electrón-voltios) y unos 40 TeV en el centro de masa (más del doble del LHC).
El Congreso de los Estados Unidos gastó 2.000 millones, pero después de haber excavado un túnel de ya 22 kilómetros de longitud, amurallado con gruesas paredes de concreto, y sufrir toda clase de problemas con los plazos de tiempo previstos, los contratistas y otros imponderables, se canceló el proyecto en 1993 ante el temor de que los costes se descontrolaran y los resultados acabaran siendo infructuosos.
El cambio de gobierno de Clinton y el interés centrado en una nueva hazaña técnica, la construcción de la Estación Espacial Internacional, hizo que el SSC se olvidara para siempre. La cosa fue como empezar a levantar el parque de atracciones más espectacular del mundo para no abrir jamás sus puertas al público. Ahora, en Texas, se puede visitar el vestigio de aquel proyecto: un enorme agujero que no sirve para nada, aunque sin duda es el agujero más caro que se ha excavado nunca.
Pero estos obstáculos de financiación, por suerte, no han tenido lugar en el LHC.
</p><p>El <span class="caps">LHC</span> parece una gran tubería circular bajo tierra. Lo que nos lleva a otra pregunta tonta: <strong>¿en qué si diferencia un acelerador de partículas de un túnel para el metro?</strong></p>
El LHC es un túnel subterráneo en forma de círculo de unos 26 kilómetros de longitud tachonado de 9.300 bobinas magnéticas superconductoras capaces de hacer circular billones de voltios de electricidad.
No en vano, se removieron 30.000 metros cúbicos de tierra para poder albergar a 100 metros de profundidad los 1.232 tramos componen este colosal acelerador. Cada tramo pesa 15 toneladas, y necesita trabajar a 300 grados por debajo de la temperatura ambiente para convertirse en superconductor, y así ofrecer la mínima resistencia y pérdida de energía.
El acelerador debe permanecer bajo tierra para asegurar la alineación milimétrica de sus imanes, lo cual constituye otro reto para esta monstruosa obra civil: se requiere congelar el suelo del túnel para que las corrientes subterráneas de agua no impidan modelar el terreno.
Pero ¿cómo es la experiencia de estar allá abajo? Para quienes no hayáis tenido la oportunidad de visitar el CERN, en el próximo capítulo os lo describiré.