El Gran Colisionador de Hadrones (LHC) posiblemente sea la máquina más grande, sofisticada y cara de la historia de la humanidad, a la vez que ha requerido la mayor inversión de innovaciones y colaboración entre distintos tipos de científicos de todos los países del mundo.
No en vano, este gigantesco túnel circular de 100 metros de altura discurre bajo tierra en 27 kilómetros, cerca de Ginebra, y al ponerse en funcionamiento logra ser el punto más caliente de nuestra galaxia, el lugar más vacío del Sistema Solar y la nevera más grande del planeta. Todo a la vez.
El Big Bang y Higgs
Este monstruo tiene una masa de 38.000 toneladas, contiene 9.300 imanes cuyo peso total supera al de la Torre Eiffel (uno de ellos, el Barril toroidal, es de hecho el superconductor más grande del mundo y desarrolla la misma potencia que 10.000 coches circulando a 70 kilómetros por hora).
Uno de sus propósitos principales pasa por el de acelerar partículas cargadas hasta velocidades que alcanzan el 99,9 % de la velocidad de la luz. Entonces las partículas chocan entre sí con una fuerza que recrea las condiciones, a pequeña escala, que existían un microsegundo después del Big Bang, el inicio del universo.
Gracias a esta máquina, el 4 de julio de 2012 se atisbó la existencia del bosón de Higgs, una partícula que nos permitirá comprender mejor el origen de la masa de las partículas subatómicas. Una partícula que, a raíz de la publicación del libro de divulgación científica La partícula de Dios: si el universo es la respuesta, ¿cuál es la pregunta?, de Leon Lederman, la cultura popular ha empezado a llamar «la partícula de Dios».
Por muy poco, el LHC se habría convertido en una máquina pequeña si llega a concluirse el supercolisionador de Texas, que se abandonó poco después de iniciarse su construcción en 1991. Al parecer resultaba demasiado caro. De existir finalmente, habría tenido un tamaño tres veces más grande que el LHC, con un anillo de aceleración de 87 kilómetros de longitud. El único vestigio de aquel proyecto megalómano es un agujero en el suelo de 23 kilómetros, probablemente el más caro de la historia de la humanidad.
Los neutrinos ligeros
En 1989, el LHC sacó a la luz partículas elementales que pueden no tener carga o tener muy poca y ninguna masa, por lo que raramente interactúan con otras partículas, de ahí que a veces sean conocidas como “partículas fantasmas”.
Petaquarks
El 19 de noviembre de 2014, el experimento LHCb anunció el descubrimiento de dos nuevas partículas subatómicas pesadas, Ξ ' - b y Ξ ∗ - b . Ambos son bariones que se componen de tres quarks: un bottom, un down y un strange.
El 2015, el LHC también protagonizó el hallazgo de un nuevo tipo de partícula, los petaquarks, formada por cinco quarks demuestra que estos constituyentes elementales pueden organizarse de un modo nunca antes visto.
En diciembre de 2016, el detector ATLAS permitió presentar una medición de la masa del bosón W investigando la precisión de los análisis realizados en el Tevatron. El hallazgo, esperado desde hace tiempo (su existencia había sido predicha hace más de cincuenta años), aporta valiosa información sobre las distintas maneras en que puede organizarse la materia.
El LHC, a pesar de su enorme coste, nos ha permitido escudriñar mejor la materia que lo forma todo. Sin embargo, aún queda mucho por esclarecer, y probablemente el LHC continuará protagonizando muchos nuevos hallazgos por mucho tiempo.
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