El físico Arthur Eddington afirmó que la probabilidad de que podamos violar la segunda ley de la termodinámica es mucho menor que la probabilidad de un ejército de monos mecanografíe por azar todos los libros del Museo Británico. Es una probabilidad ciertamente pequeña.
Y es que la segunda ley de la termodinámica afirma que la entropía (el desorden) de un sistema cerrado nunca disminuye. Es como empezar a desordenar una baraja de cartas. Si se barajan una vez, el orden empieza a romperse. Las mezclas sucesivas no volverán la baraja a su orden inicial sino que enmarañarán aún más los palos y los números, a medida que la entropía aumenta.
Se calcula que el universo alcanzará su máxima entropía (si asumimos que seguirá expandiéndose) dentro 10100 (si somos pesimistas) o 101.000 años (si somos optimistas). La edad actual del universo es 1010 x 1,37 años. Así que aún queda un rato.
Las máquinas de movimiento perpetuo son imposibles porque violarían la segunda ley de la termodinámica. Sin embargo, el intento más plausible de violación de esta ley son los volantes de inercia. En pocas palabras, un volante de inercia es un acumulador de energía en forma de inercia.
Actualmente, el volante de inercia es un disco macizo que resulta imprescindible para cualquier motor de explosión. Pero puede tener muchas otras aplicaciones mecánicas, como la de construir una bicicleta más eficiente. La bicicleta construida por Max von Stein (estudiante recién graduado del Cooper Union en Nueva York) tiene un volante de inercia, como podéis ver en el vídeo. Cuando se deja de pedalear, la energía se transfiere al volante para guardarse. Luego, se puede transferir esa energía a la rueda, para así recuperar la velocidad perdida después de una frenada.
Según Joel Levy en su libro 100 analogías científicas, el volante de inercia que lleva más tiempo en movimiento está activo desde hace 12 años.