En el capítulo anterior vimos que el cometido principal de las velas es cambiar la dirección del viento. Al hacerlo, debido al principio de acción y reacción, la corriente de aire ejerce una fuerza sobre los aparejos. Dicha fuerza tiene una importante componente hacia adelante, y por lo tanto es la responsable del avance de la embarcación.
En virtud de la segunda ley de Newton, esta componente de la fuerza hacia adelante tenderá a acelerar la embarcación. Por lo tanto, cada vez irá más deprisa.
Por supuesto, cuanto más rápido se mueva, mayor será la resistencia del agua. Por lo tanto, llegará un momento en que se alcanzará un equilibrio: habremos alcanzado la velocidad de crucero. Es similar a un tiro de billar muy angulado, la bola blanca (viento) cambia de dirección, y la bola objetivo sale en un amplio ángulo (sólo que, en el caso del barco, la resistencia del agua le obliga a avanzar hacia donde apunta la proa).
Como veis, en todo lo que hemos explicado la velocidad máxima depende básicamente de la resistencia del agua; no de la velocidad del viento.
Por lo tanto, si fuéramos capaces de reducir la resistencia al mínimo, teóricamente no habría ningún límite para la velocidad de un velero. A la práctica, por supuesto es imposible eliminar totalmente la fricción; pero con un bote de alto rendimiento (como los modernos catamaranes y trimaranes) es posible conseguir velocidades superiores a la del viento.
No quisiera terminar esta miniserie sobre los fundamentos físicos de la navegación a vela sin hacer uno comentario. Cuando hablamos de la dirección del viento incidente, en realidad estamos hablando del viento aparente.
Para entender el concepto de viento aparente, imaginad por ejemplo una situación en que el aire está perfectamente en calma, no hay ninguna corriente. Si nos montamos en una motocicleta y aceleramos, no obstante, nuestro movimiento hará que nos parezca que hay cierto aire de cara.
En general, cualquier cosa que se esté moviendo en el si de la atmósfera, notará una corriente relativa en dirección contraria a su movimiento. Dicha corriente se debe sumar (vectorialmente) al viento real, conformando lo que llamamos viento aparente.
En consecuencia, a medida que la embarcación gana velocidad, aunque el viento real no cambie, la dirección del viento aparente irá cambiando. Es decir, a los navegantes les parecerá que el aire entra cada vez más de cara, y deberán adaptar paulatinamente la orientación y tensión de las velas para adaptarse a ello.
Al final del día, la capacidad de las velas para seguir impulsando el velero dependerá de lo eficaces que sean desviando el viento cuando incide (aparentemente) prácticamente de cara.
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