Todo el que haya ido alguna vez a la playa se habrá sentido tentado por estas piedras preciosas. Las botellas de vidrio, por ejemplo, son las que generan una clase de tesoros que, lamentablemente, están desapareciendo.
Unas gemas verdes, traslúcidas, que parecían proceder del cofre de algún pirata.
Estas piedras se están agotando debido al éxito del reciclaje y a la extensión del uso del plástico en la industria, pues las esmeraldas no dejan de ser fragmentos de vidrio de una botella rota de color verde que, a causa de la erosión del mar, la arena y la sal, ofrecen un pulimento y unos cantos rodados propios de las piedras preciosas.
Tal y como explica National Geographic, los buscadores de cristales marinos tienen una especie de código de conducta, según el cual si encuentras un trozo de vidrio que todavía presenta aristas debes volver a dejarlo donde estaba para que el mar acabe su trabajo. Algo así como sucede (o debería suceder) con los pescadores cuando se topan con un pez pequeño: pezqueñines, no, gracias, tal y como rezaba aquel anuncio de la televisión.
Y es que Richard LaMotte, autor del libro Pure Sea Glass y poseedor de una colección de más 3.000 piezas, asegura que el mar tarda alrededor de diez años en pulir y redondear las aristas de un cristal vidrio y entre 20 y 30 años en dejarlo completamente liso.
Aunque sólo he mencionado las esmeraldas. También es frecuente encontrar otro tipo de piedras preciosas surgidas de botellas de vidrio de otros colores. Las de color blanco, que alguna vez fueron transparentes, son las más abundantes. Y las rojas (rubíes) y anaranjadas, las más raras. Los orígenes de estas gemas preciosas pueden ser tan diversos como botellas, canicas, lámparas, vidrio común, faros de un coche y demás.
Bisutería natural que serviría perfectamente para una empresa de marroquinería. Las alternativas del océano al cristal Swarovski.
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