No importa la temperatura del lugar donde estemos, el metal siempre parece estar más frío que las demás cosas. Incluso, si estamos a una temperatura bajo cero, es posible que nuestros dedos se queden irremediablemente pegados a una barandilla metálica si cometemos la imprudencia de asirla sin estar provistos de un buen par de buenos guantes.
La cultura popular incluso ha cristalizado esta idea: “más frío que el acero”, cuando se refiere a una persona sin sentimientos. (No confundir con la “mirada acero azul” de Dereck Zoolander).
Pero volvamos a la ciencia. Mediante 3 procesos (conducción, convección, radiación) se produce un intercambio de calor entre el cuerpo con más temperatura con el que tiene menos. Si este intercambio se produce por conducción, el flujo de calor es a través de la masa del propio cuerpo, sin que haya movimiento de materia.
La transferencia de energía puede ser por impacto elástico, como en un fluido; por difusión libre de electrones, como predomina en los metales; o por vibraciones de electrones, como predomina en los aislantes.
La conducción de temperatura depende también de lo buen conductor que sea el material. De hecho, la mayoría de materiales que conducen bien la electricidad también conducen bien la temperatura. La conducción eléctrica, además de depender de la composición química del material, se basa en cómo interaccionan los átomos que componen el material, lo cual depende de lo que se llama estructura cristalina: como se ordenan los átomos en el espacio para ese determinado material. Cuando las condiciones son tales que existen electrones que son completamente libres de moverse, entonces tendréis un buen conductor eléctrico.
Así pues, cuando nuestra mano toca un metal, al estar nuestro cuerpo a mayor temperatura que el metal (y a todas las cosas de la habitación donde nos encontremos), perdemos calor corporal que pasa al metal. Como el metal es un buen conductor, este intercambio de energía calorífica se produce muy rápidamente, mucho más que, por ejemplo, si tocáramos un trozo de madera o de plástico.
De algún modo, el metal nos absorbe la energía, como si fuera un extraño amuleto mágico.
Vía | Deliquios