Reconozco que no hay nada más relajante que una tormenta de fondo, con sus truenos rodando como una remota avalancha de búfalos, a la vez que la lluvia repiquetea y tamborilea en las ventanas y el alféizar, como un spa natural. La situación es tan ideal y se produce tan pocas veces (al menos donde yo resido) que, en ocasiones, debo bajar las persianas y poner efectos de sonido de tormenta para leer o escribir.
Otro momento ideal para leer a la luz del hogar es cuando nieva. Pero la nieve es muda. Nunca se oyen truenos ni se vislumbran rayos. Pero si estamos ante una tormenta, ¿por qué la nieve parece incompatible con esa pirotecnia?
Si bien las tormentas de nieve con aparato eléctrico son posibles no son muy frecuentes (en todo Estados Unidos solo se producen unas 6 al año). El problema reside en que el aire del invierno no es el más apropiado para que se formen las condiciones necesarias para los relámpagos, tal y como explica el meteorólogo Robin Tanamachi de la Universidad de Oklahoma:
Durante el verano, la troposfera está llena de aire húmedo y caliente. Por encima, el aire es frío y está lleno de cristales de hielo. Cuando el aire caliente asciende, llevando consigo vapor de agua, las moléculas rozan los cristales de hielo y la fricción crea un campo eléctrico en la nube, como cuando cepillas el felpudo con los pies. Los cristales de hielo adquieren una ligera carga positiva, y la corriente ascendente los lleva a la parte superior de la nube, de modo que en la parte baja queda una red de carga negativa. Cuando la diferencia entre la carga positiva superior y la negativa inferior es suficientemente significativa se produce un relámpago.
Sin embargo, si lo que queréis son relámpagos a lo grande, no os perdáis el espectáculo de Catatumbo, la tormenta perfecta, el lugar donde Drácula construiría su castillo.