La epigenética viene a demostrar que el ADN no es algo inmutable sino una molécula viva en su dinamismo y sus interrelaciones. Así pues, nuestros descendientes no heredan solamente un bloque de instrucciones sino también parte de la vida que hemos llevado.
El lamarckismo en una falacia: por mucho que entrenemos nuestros músculos, ello no repercutirá en una descendencia a lo Schwarzenneger. Sin embargo, una dieta o un entorno determinado, no sólo los genes, pueden influir en el ADN durante varias generaciones, por muy sacrílego que suene.
Existen un par de ejemplos sorprendentes de este hecho epigenético.
El primero es el de una pulga de agua que, al verse amenazada por depredadores, le crece una especie de muralla defensiva que reaparece en sus descendientes si son fecundados en esos instantes de temor.
El segundo es el caso de las ratas, que muestran preferencia por emparejarse con machos cuyos abuelos no fueron inoculados con un determinado fungicida, como si un resto detectable de ese fungicida se hubiera enredado en la hélice helicoidal de la rata y los demás pudieran percibirla. Dicho de otro modo: las hembras parecían escoger a su pareja en función de una estructura epigenética, en lugar de por una diferencia genética.
Hasta dónde llegarán los nuevos hallazgos de la epigenética es algo que todavía no sabemos. Pero sin duda las expectativas son fascinantes y revolucionarán la forma que tenemos de concebir la herencia genética y los entresijos de la vida.