Si bien somos una mezla de dotación genética y ambiente, de naturaleza y crianza, no hemos de desdeñar la capacidad de influencia de determinados genes en comportamientos o actidudes extraordinariamente concretas. Por ejemplo, un único nucleótido de un gen llamado FOXP2 origina un trastorno hereditario del habla y del lenguaje.
Y hay muchos más casos, como un gen de un mismo cromosoma, ## LIM-kinase1, que origina una proteína que se halla en las neuronas en crecimiento y que propicia la instalación de la facultad de la cognición espacial: si no tienes el gen, la persona tiene una inteligencia normal, pero es incapaz de ensamblar objetos o copiar formas.
Otros ejemplos los relata el psicólogo Steven Pinker en su libro La tabla rasa:
Una versión del gen IGF2R se asocia con una elevada inteligencia general, y explica hasta cuatro puntos del coeficiente intelectual y el 2% de la variación de la inteligencia entre individuos normales.
Más ejemplos:
Disponer de la versión más larga de la media del gen receptor de dopamina D4DR te hae tener mayor probabilidad de ser un buscador de emociones.
Tener una versión más corta de una secuencia de ADN que inhibe el gen transportador de la serotonina del cromosoma 17 incrementa la probabilidad de que seamos neuróticos y ansiosos, los que no saben desenvolverse en contextos sociales o tiene miedo de molestar a los demás o comportarse como un estúpido.
Los genes únicos que provocan grandes consecuencias son los ejemplos más espectaculares de los efectos de los genes en la mente.
Y nos recuerdan que no nacemos como una tabla rasa, y que podemos ser totalmente moldeados por el ambiente. Nacemos con predisposiciones, ventajas, lastres y todo un equipo de serie, cada uno distinto.
Imagen | Petra B. Fritz
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