Alterando el genoma para cambiar las conductas (I)

La gente de la calle ya ha asumido que los genes determinan el desarrollo de nuestro cuerpo. Incluso en el desarrollo de nuestro cerebro. Pero todavía es reticente a aceptar que los genes también influyen en la mente y en la conducta, que no nacemos como pizarras en blanco en las que el ambiente escribirá libremente.

Lo cierto es que nacemos con cosas ya escritas. Y aunque el ambiente también escribe, hay que tener en cuenta que tendemos a escoger a aquellos ambientes que favorecen al máximo lo que ya llevamos escrito.

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La influencia de los genes en la conducta animal ha sufrido grandes avances a finales de la década de 1990, cuando los neurocientíficos del desarrollo fueron capaces de alterar o romper (knock out) genes concretos. Hasta el punto de que se han vinculado rasgos concretos con genes concretos.

Por ejemplo, son especialmente valiosos los estudios realizados de los hábitos de recolección de comida de los gusanos (Caenorhabditis elegans) y de las moscas de la fruta (Drosophila melanogaster).

Algunos gusanos prefieren recolectar comida en grupo, y otros en solitario. Lo que produce esta diferencia es un aminoácido en la región de la plantilla de proteínas de un gen conocido como npr1:

los gusanos que tienen el aminoácido valina en el lugar crítico son “sociales”; los que tienen fenilalanina, solitarios. En las moscas, un gen conocido como for (por forage, recolectar) controla una diferencia entre un grupo de moscas llamadas “exploradoras” que van de una zona de comida a otra, y un grupo de “sedentarias” que suelen quedarse en una zona concreta de comida. (Las sedentarias no son simplemente inactivas: cuando no hay comida alrededor, corren de acá para allá a la misma velocidad que las exploradoras.)

Decenas de estudios han conseguido demostrar que no hay una simple correlación entre genes y conducta, sino que un gen determinado es la causa de un cambio en la conducta, como el que llevó a cabo Marla Sokolowski, de la Universidad de Toronto, o Larry Young y Tom Insel, de la Universidad de Emory.

Éstos últimos mostraron cómo al cambiar la región SI reguladora de un gen individual se podía obtener un efecto significativo en la conducta social de los mamíferos.

Otros ejemplos de estudios similares:

Un equipo de investigadores de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH, en inglés) dirigido por Dennis Murphy creí una variedad de ratones ansiosos y temerosos al volver inservible un gen que fabrica una proteína transportadora de serotonina. Otros cinco laboratorios han revelado que la alteración de un gen que produce receptores de serotonina también da origen a ratones con más miedo y ansiedad. Al modificar un gen denominado Hoxb8, Joy Greer y Mario Capecchi, de la Universidad de Utah, crearon un ratón que se acicalaba continuamente, tirando de su pelo y arrancándoselo hasta quedarse calvo. Y los ratones que se acicalaban demasiado son sólo la punta del iceberg. Por poner sólo algún ejemplo, las técnicas denominadas knockout también han producido ratones que carecen del instinto de alimentar, ratones “hiperactivos”, ratones hipersensibles que reaccionan especialmente ante el estrés, y ratones que, en situaciones de estrés, aumentan progresivamente su consumo de alcohol.

Nadie ha modificado genomas humanos para observar qué pasa en la mente humana (por motivos éticos, básicamente), pero hay pruebas que sugieren que los genes desempeñan en el desarrollo de la mente humana más o menos el mismo papel que en la mente animal.

Incluso hay trastornos de la mente y la conducta que pueden vincularse directamente a alteraciones de genes concretos. En la próxima entrega de este artículo os mencionaré una buena lista de ellos.

Vía | El nacimiento de la mente de Gary Marcus

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