Todo empezó con un viaje en 1896 protagonizado por un marinero chino llamado Arnold que llegó al cabo de Buena Esperanza. Sólo sabemos que se llama Arnold y poco más. Ni siquiera ha sobrevivido un simple retrato de su imagen.
Pero sí que podemos suponer vagamente qué aspecto tenía si tenemos en cuenta lo que acabó perpetrando: bajo de estatura, frente prominente, cabeza blanda, ausencia de clavículas (o si las tenía, probablemente no estarían en contacto con los omoplatos). Tampoco tenía dientes, y si los tenía, es probable que tuviera de más.
Porque Arnold, al llegar a Ciudad del Cabo, se convirtió al Islam, tomó 7 esposas y se zambulló en la sociedad de Cabo Malayo, una comunidad de ascendencia javanesa con toques genéticos de bosquimanos, hotentotes, africanos occidentales y malagasios. Arnold era lo que se conoce como un excepcional filoprogenitivo. Es decir, que muchos de sus hijos y descendientes heredaron sus rasgos.
Así pues, los habitantes de esta tradicional sociedad de artesanos y pescadores fueron llenándose de clones de Arnold, de freaks. En un estudio llevado a cabo en 1953 se estimó que la mutación específica de Arnold se encontraba en 253 de sus descendientes. En 1996, la mutación se había transmitido a 1.000 personas.
¿De Cabo Malayo habrá surgido la expresión “eres un feto malayo“ que tanto se aplica popularmente a las personas que se consideran feas o deformes? Lo ignoro.
Lo que sí que puedo atestiguar es que Cabo Malayo podría ser sustituido sin problema por una isla de ficción llamada Hooloomooloo, que aparece en la obra de Herman Melville (autor de Moby Dick) Mardi and A Voyage Thither. Esta isla ficticia del archipiélago de Mardi también se conoce como la isla de los Deformes, pues los habitantes de las islas vecinas se negaron a eliminar a los niños nacidos con cuerpos asimétricos, condenándolos en Hooloomooloo, fuera de la vista de la gente. Los descendientes de estos monstruos exiliados viven ahora bajo sus propias leyes monstruosas, gobernados por un rey monstruoso. Sin embargo, tienen prohibido abandonar la isla, de modo que ellos no son conscientes de sus deformidades y arguyen que una persona es fea o hermosa según quien la juzga.
Vía | Mutantes de Armand Marie Leroi