Diversos estudios sugerían que nos solemos relacionar más con personas que se parecen a nosotros, mantienen opiniones semejantes, filtros estéticos parecidos, un nivel de renta parejo, etc. Lo que resulta particularmente llamativo es que también nos relacionamos con personas que comparten genes con nosotros, como si fueran primos lejanos, lo que fortalece nuestras redes nepotistas y hace cierto aquello de que "somos hermanos de distintas madres".
Es la conclusión que arroja un estudio de investigadores de la Universidad de California-San Diego y la Universidad de Yale, que analizaron unas 467.000 ubicaciones en el código genético de 1.932 sujetos que habían participado en el Framingham Heart Study 1948. De este grupo identificaron a 1.367 parejas de amigos cercanos y alrededor de 1,2 millones de parejas de extraños. En promedio, parece que compartimos alrededor de 1 % de nuestros genes con los amigos, según han publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences.
Según Christakis, de la Universidad de Yale, y coautor del estudio:
Un 1% puede parecerle poca cosa a una persona corriente pero para un genetista es una cifra significativa. La mayoría de las personas ni siquiera sabe quiénes son primos cuartos. Sin embargo, de alguna manera, de entre una miríada de posibilidades, nos las apañamos para escoger como amigos a personas que se parecen a nuestros familiares.
El Framingham Heart Study es un monstruoso estudio multigeneracional promovido por la Universidad de Boston, que empezó en 1948 con más de 5209 adultos residentes en la ciudad de Framingham, Massachussets. Gran parte de los conocimientos actuales sobre los beneficios de la dieta o el ejercicio derivan de las conclusiones que se han generado a partir de este estudio longitudinal.
Cuestión de narices
Pero ¿a través de qué mecanismo somos capaces de localizar a personas que comparten nuestros genes? ¿Es un efecto secundario de la simple búsqueda de semejanza? Según los investigadores, Nicholas Christakis y James Fowler (ambos célebres por su libro Conectados), una hipótesis sería el olfato. Olemos a la gente que se parece a nosotros a nivel genético. Al menos, en el estudio descubrieron que la mayoría de veces los genes que compartían los amigos eran los genes responsables de controlar el sentido del olfato. Nuestro sentido del olfato, según los investigadores, nos puede atraer a ciertos ambientes, como una cafetería, donde nos encontramos con personas cuyas narices se afinan como la nuestra.
Los investigadores también descubrieron que los individuos que portaban el marcador DRD2 (asociado con el alcoholismo) tendían a ser amigos de otros positivos en DRD2.
Por contrapartida, los genes que controlan la inmunidad a ciertas enfermedades eran muy diferentes entre amigos. Esa variación reduce la propagación de una enfermedad determinada, así que los investigadores especulan que podría ser una ventaja evolutiva hacerse amigo de las personas con diferentes inmunidades.
Curiosamente, los genes que los amigos tienen en común parecen estar evolucionando más rápidamente que otros genes, según el estudio. Por lo tanto, los investigadores concluyen que nuestro entorno social podría ser una fuerza evolutiva clave, y ello podría explicar por qué la evolución humana se ha acelerado en los últimos 30.000 años.
Vía | Discover
Foto | Elucidate
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