En la anterior entrega de este artículo os explicaba los detalles de El arca de Noé del siglo XXI: La bóveda global de semillas de Svalbard. Sin embargo, no todo el mundo percibe este proyecto de forma optimista. Expongamos, pues, los principales controversias que ha generado.
Dejando a un lado el problema de saber cuántas semillas serán capaces de adaptarse en un nuevo escenario postapocalíptico (tras el calentamiento global o una lluvia radioactiva generada por la guerra nuclear, por ejemplo), algunos opinan que la bóveda crea un falso sentido de seguridad.
Es el caso, por ejemplo, de los miembros del Proyecto de Bioseguridad de Puerto Rico, organización formada en mayo de 2004 para educar a la ciudadanía sobre las implicaciones éticas, ecológicas, políticas, económicas y de salud pública de los cultivos y productos genéticamente alterados. En su blog se plantea que uno de los mayores escollos de esta filosofía de preservación de la biodiversidad aparece a nivel estratégico.
Se cuestiona la elección del archipiélago de Svalbard como reducto geográfico seguro para la conservación de semillas. La idea de conservar variedades de plantas que en la actualidad no se emplean con frecuencia en la agricultura para estar prevenidos ante posibles cambios futuros no es nueva. La bóveda de Svalbard, sin embargo, se ha publicitado como un plan B o seguro en caso de desastre mucho mejor aprovisionado que el resto de semilleros, sobre todo por su localización, y ha sido respaldado por mucha publicidad y el apoyo aparentemente unánime de la comunidad científica. Pero, a pesar de que los estudios de viabilidad para la construcción de la bóveda indicaban que “no hay actividad volcánica o actividad sísmica significativa”, sólo unos días antes de su inauguración, la región de Svalbard fue el epicentro del mayor terremoto en la historia de Noruega.
Por último, lejos de cuestiones técnicas, se recela de que el control del acceso a las instalaciones está en realidad en muy pocas manos. Las políticas noruegas, por ejemplo, podrían cambiar después de diez años, que es el tiempo para el que el gobierno noruego ha firmado los acuerdos redactados con los depositarios del silo, que además contienen cláusulas que permiten dar fin al acuerdo si determinadas políticas se ven alteradas. Además, la entidad que asume los costes económicos, la Fundación para la Diversidad de los Cultivos Globales, a pesar de definirse como una ONG, es también privada y recibe financiación empresarial.
Uno se pregunta, entonces, si después de todo no debemos temer más a los intereses económicos que hay detrás de estos nuevos diamantes en forma de semillas y a las torpes políticas agrícolas de las administraciones que a mundo apocalíptico a lo Mad Max en el que nos hemos quedado sin provisión de hidratos de carbono. Y también si dichas semillas tendrán alguna utilidad para los supervivientes de una catástrofe nuclear hasta las cejas de radiación.
Sin embargo, esto no debería interpretarse como una crítica a los transgénicos sino a los engranajes legales que hay detrás de los transgénicos. Por ejemplo, las patatas que han sido tratadas genéticamente para que sean resistentes a los insectos son ecológicas en la medida de que requieren menos aplicaciones de insecticidas, menos empleo de carreteras para los camiones que distribuyen los insecticidas y demás. La humanidad siempre ha condicionado genéticamente los cultivos, promoviendo los que se ajustan a sus intereses y eliminando los que no, en una suerte de eugenesia vegetal. En el año 2000, entre el 50 y el 60 % de las semillas de cultivo vendidas en Estados Unidos ya están modificadas genéticamente. Matt Ridley en su libro Genoma lo expresa así:
La oposición a los cultivos transgénicos, motivada más por el odio a la nueva tecnología que por el amor al medio ambiente, prefiere ignorar el hecho de que se han realizado decenas de miles de ensayos seguros sin sorpresas horribles. (…) En 1991, Pioneer, la compañía de semillas más grande del mundo, introdujo un gen de nueces de Brasil en semillas de soja. El objetivo era hacer más sanas las semillas de soja para quienes la soja constituye un alimento principal, corrigiendo su deficiencia natural en una sustancia química llamada metionina. Sin embargo, pronto se supo que unas pocas personas en el mundo desarrollan una alergia a las nueces de Brasil, de modo que Pioneer ensayó su semilla de soja transgénica y resultó que también era alergénica para tales personas. Llegados a este punto, Pioneer alertó a las autoridades, publicó los resultados y abandonó el proyecto. Y ello a pesar del hecho de que las estimaciones revelaron que la nueva alergia a las semillas de soja mataría probablemente a no más de dos americanos al año y podría salvar de la malnutrición a cientos de miles de personas en el mundo. Sin embargo, en vez de constituir un ejemplo de prudencia empresarial extrema, los ecologistas tergiversaron la historia y la contaron como una relación de los peligros de la ingeniería genética de la temeraria codicia empresarial. (…) Todas las películas de ciencia ficción nos han metido en la cabeza el sermón faustiano de que manipular la naturaleza es buscar la venganza del diablo.
Así pues, el silo de Svalbard tal vez no sea tan bueno como se presenta. Pero tampoco tan malo. Sacad vuestras propias conclusiones.
Más información | Proyecto de Bioseguridad de Puerto Rico