Una de las ecuaciones más famosas y fundamentales de la física es indudablemente E = mc2. El equivalente sociobiológico de dicha ecuación sería rb > c, o la idea de la selección de parentesco planteada por primera vez por el biólogo inglés J. B. S. Haldane en 1955 (la teoría completa la establecería William D. Hamilton en 1964).
La ecuación se traduce como sigue: un alelo que prescribe altruismo aumentará de frecuencia en una población si el beneficio (b) para el receptor del altruismo, multiplicado por r, el grado de parentesco con el altruista, es mayor que el coste para el altruista (c).
Abunda en ello Edward O. Wilson en su libro La conquista social de la Tierra:
El parámetro r, tal como lo expresaron originalmente Haldane y Hamilton, es la fracción de la genealogía común. Por ejemplo, el altruismo evolucionará si el beneficio para un hermano o hermana es 2 veces el coste para el altruista (r = ½) o 8 veces para un primo hermano (r = 1/8). Para exponer esta idea con un ejemplo sencillo, uno promoverá el gen altruista que posee si altruistamente no tiene hijos, pero si su hermana más que duplica el número de hijos que ella tiene como resultado del altruismo del hermano hacia ella.
O dicho de otro modo: el altruismo es una suerte de egoísmo camuflado, la mayor parte de las veces (en ese sentido, definir qué es un comportamiento altruista o egoísta resulta imposible porque no conocemos qué subyace en dicho comportamiento… ni siquiera el autor del mismo: por ejemplo, pudiéramos ser altruistas con los desconocidos para labrarnos una buena reputación).
O como lo expresó más jocosamente Haldane, él “daría su vida por dos hermanos o por ocho primos”. Pero dejando a un lado el chascarrillo, el propio Haldane es quien mejor puede explicarnos qué es la selección natural por parentesco:
Supongamos que el lector porta un gen raro que afecta a su comportamiento de manera que se lanza a un río crecido y salva a un niño, pero hay una probabilidad entre diez de que se ahogue, mientras que yo no poseo dicho gen y me quedo en la orilla mirando cómo el niño se ahoga. Si el niño es el hijo del lector, o su hermano o hermana, hay una probabilidad del 50 por ciento de que el niño también tenga el gen, de manera que se salvarán cinco de tales genes en los niños por cada uno que se pierda en un adulto. Si el lector salva a un nieto o sobrino, la ventaja es solo de dos y medio a uno. Si solo salva a un primo hermano, el efecto es muy reducido. Si intenta salvar a un primo segundo, la población tiene más probabilidades de perder este valioso gen que de ganarlo. Pero en las dos ocasiones en las que he sacado del agua a gente que posiblemente se hubiera ahogado (a un riesgo infinitesimal para mí) no tuve tiempo de hacer tales cálculos. Los hombres del Paleolítico no los hacían. Es claro que los genes producen conductas de este tipo solo tendrían posibilidad de extenderse en poblaciones relativamente pequeñas en las que la mayoría de los niños fueran parientes bastante próximos del hombre que arriesgó su vida. No es fácil ver de qué manera, excepto en poblaciones pequeñas, que dichos genes pudieran haberse establecido. Desde luego, las condiciones son incluso mejores en una comunidad como una colmena o un hormiguero, cuyos miembros son todos literalmente hermanos y hermanas.
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