Como si en realidad viviéramos en la película X-men, los seres humanos están sufriendo mutaciones mucho más rápido de lo que creía, calculándose la edad determinadas mutaciones presentes en el genotipo. Estamos hablando de un cantidad de tiempo insignificante a nivel genético: los últimos 10.000 años.
Las mutaciones se producen más en estos últimos 10.000 años que en el pasado (unas cien veces más deprisa), así que para explicarlas hay que recurrir a la creciente diversidad del entorno y a la reciente ciencia de la epigenética (el entorno modifica nuestros genes).
Jörg Blech lo explica así en su libro El destino no está escrito en los genes:
El descubrimiento de la agricultura y la formación de colonias más numerosas expusieron al hombre a un sinfín de novedades: la necesidad: la necesidad de tener un techo, el consumo de alimentos nuevos o la aparición de agentes patógenos transmitidos por cerdos, terneras y otro animales. El cerebro también ha debido adaptarse a los sucesivos y rápidos cambios en el entorno. Entre estos genes más “jóvenes” desde el punto de vista de la evolución, se encuentran los que controlan el metabolismo del azúcar en el cerebro.
Si analizamos la estructura genética humana, hace relativamente poco más de 300 posiciones en nuestro genoma han experimentado alteraciones. Una de estas mutaciones recientes nos protege de la malaria, por ejemplo. En el caso de los europeos del norte, por ejemplo, se han desarrollado los genes responsables de los ojos azules y la tez pálida (podéis leer más sobre ello en Esas anómalas personas de cara blanca llamadas europeos (I), (y II)).
Al menos el 7 % de los genes de 270 personas pertenecientes a distintas etnias han experimentado alguna transformación en los últimos 5.000 años, según los antropólogos estadounidenses Henry Harpending y John Hawks.
Por ejemplo, la capacidad de digerir el azúcar de la leche (lactosa) en la edad adulta se ha ido extendiendo en la especie humana en los últimos diez mil o seis mil años. Actualmente el 95 por ciento de la población en el norte de Alemania presenta la mutación del gen responsable de la tolerancia de la leche, a pesar de que ésta apareció por vez primera entre los masáis y los lapones. Sin duda, se trata de una evolución vertiginosa.