Aún recuerdo como mi profesor de Naturales del colegio nos explicaba cómo era posible que la jirafa tuviera un cuello tan largo: las jirafas habían intentando cazar con la boca las hojas de los árboles que, de tanto esfuerzo tensando el cuello, generación tras generación, el cuello se había ido alargando.
Por la misma la razón, nos comunicó que, en un futuro lejano, los seres humanos tendríamos grandes cabezas de tanto pensar (un poco comos los marcianos verdes de Mars Attacks!).
Mi profesor cometía el error de confundir darwinismo como lamarckismo (Jean Baptiste Lamarck fue el que teorizó con la idea de que las características adquiridas durante la vida podían ser heredadas por los descendientes, una teoría que cayó en descrédito cuando Darwin propuso su teoría de la evolución).
Sin embargo, la epigenética podría darle parte de la razón a Lamarck.
La epigenética estudia los factores no genéticos que intervienen en la determinación de la ontogenia (es decir, el desarrollo de un organismo, desde el óvulo fertilizado hasta su forma adulta). El término fue acuñado por C. H. Waddington en 1953 para referirse al estudio de las interacciones entre genes y ambiente que se producen en los organismos.
Si las jirafas tienen cuellos más largos no es porque se esforzaran denodadamente por estirar su cuello generación tras generación. La evolución es puro azar y se desarrolla a base de mutaciones. Una mutación que desarrollara jirafas con cuellos más altos se alimentarían mejor que sus compañeras y, probablemente, tendrían más descendencia. Mejor adaptada al medio, finalmente las jirafas con un cuello más largo superarían en número a las de cuello corto, hasta que éstas se extinguieran.
Pero con la epigenética se pueden heredad ciertos caracteres adquiridos sin que, con ello, haya cambios en la estructura y secuencia de los genes.
Lo que ocurre en estos casos es que puede haber una metilación o acetilación de algunas bases del ADN y ello dar lugar a un cambio en la regulación de la expresión de los genes y esto además ser transmitido de padres a hijos. Por ejemplo, la alimentación de la madre puede afectar a sus descendientes por este mecanismo. Cierto que este tipo de transmisión genética de padres a hijos no afectaría para nada a la longitud del cuello de las jirafas, pero sí a las enfermedades que esos cuellos puedan padecer, a que puedan ser más o menos flexibles y a que ello repercuta, sin duda alguna, en la supervivencia de la jirafa, tanto individual como de la especie. Todo esto nos lleva a entender que junto con la evolución dura y lenta darwiniana existe esa otra evolución paralela lamarckiana de determinante ambiental puro, más rápida, con más capacidad de adaptación inmediata y reversible, que es la de los caracteres adquiridos.
Pero ¿qué ejemplos podríamos encontrar de epigenética en seres humanos? ¿Realmente lo que hicieron mis padres o mis abuelos durante sus vidas podría tener efectos en mi vida actual? En la próxima entrega de este artículo lo veremos.
Vía | El científico curioso de Francisco Mora