A pesar de que confiar en el criterio de los demás, e incluso en el de uno mismo, es peligroso en tanto en cuanto nuestras percepciones y juicios están tamizados por sesgos cognitivos (precisamente por eso existen protocolos exigentes como el método científico para dar por buena una idea y no la simple opinión subjetiva), en nuestra vida cotidiana tendemos a confiar demasiado en los demás.
Eso nos pasa cuando viajamos, por ejemplo, y preguntamos a un lugareño acerca de cualquier cosa sobre el lugar: asumimos que la información recibida es cierta (cuando hay una elevada probabilidad de que no lo sea, tal y como explico más extensamente aquí, donde los lugareños incluso no se ponen de acuerdo entre ellos sobre dónde están las cosas de su propia ciudad).
Si nuestra confianza en los juicios ajenos es exagerada (miremos, por ejemplo, cómo nos quedamos impregnados sobre el juicio de una película si proviene de un crítico reputado), cuando se trata de evaluar nuestros propios juicios y aptitudes entonces ponemos en evidencia que nuestra inteligencia, por sí sola, sin protocolos ajenos, sin chequeos fríos y mecánicos, deja mucho que desear, y probablemente aún nos mantendría en una oscura era medieval.
Este optimismo y sobrestimación de nuestras capacidades, ejemplificadas en el llamado efecto Lake Wobegon, parece que tiene un 40 por ciento de heredabilidad en las mujeres y solo un 10 por ciento en los hombres, de modo que no todo el mundo es tan chulo de partida, si atendemos al estudio "Optimism, pessimism and mental health: A twin/adoption analysis" de Robert Plomin en Personality and Individual Differences.
Nuestra forma de autoengañarnos también influye en la felicidad que experimentamos en nuestra vida diaria. Es decir, que las personas que más hábilmente se autoengañan (si caer es una exageración totalmente irreal y contraproducente), mejor concepto tienen de sí mismos, y por tanto más seguros y más satisfechos están en general. Los realistas están condenados a ver la vida como un lugar triste y grisáceo donde ellos mismos solo son meros títeres. Tal y como lo explica Tim Spector en su libro Post Darwin:
Un aspecto importante de la felicidad es cómo percibimos el futuro: nuestro optimismo o pesimismo marca la diferencia. Pero, como ocurría con la felicidad, los humanos tendemos a sobrestimar nuestras capacidades: por ejemplo, un 85 por ciento de las personas considera que tiene un “don de gentes” por encima de la media, y un 25 por ciento se califica de excepcional (dentro del 1 por ciento mejor posicionado). Más del 90 por ciento de nosotros creemos que conducimos mejor que la media, y estas falsas afirmaciones no menguan con la edad.
Imagen | Eneas
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