Los tibetanos viven en una región que, de promedio, se encuentra a más de 4000 metros sobre el nivel del mar. A esa altura, el oxígeno escasea, y dar un paso supone jadear, agotarse e incluso sentir mareos o pequeños vahídos. Yo mismo, en una ocasión, subí al el centro de investigación Sphinx, en Suiza, el edificio construido a la mayor altitud del continente europeo (a una altura de 3571 m sobre el nivel del mar), y boqueaba a la mínima que andaba deprisa: sufrí un terrible mal de altura que me imposibilitó hacer una excursión al glaciar Aletsch.
Sin embargo, los tibetanos peregrinan a más de 4000 metros, postrándose en cada paso, sin mostrar ninguno de estos signos. ¿Cuál es su secreto? Unos investigadores chinos y estadounidenses acaban de publicar una investigación en la revista Nature que arroja una hipótesis: el secreto anida en su ADN, concretamente una herencia que recibieron vía genes de sus antepasados denisovanos, una posible nueva especie de Homo, identificada a través del análisis del ADN de restos óseos encontrados en Siberia, cuyo descubrimiento se anunció en marzo de 2010.
Esta herencia genética, que ha sido hallada por los investigadores secuenciando el ADN de un grupo de tibetanos, les permitiría regular la oxigenación en la sangre. Lo más sorprendente es que este rasgo no se halla en el Homo sapiens, solo en el homínido de Denísova u hombre de Denisova, que se extinguió hace unos 40.000 años. La existencia de homínidos de Denisova sólo se demostró en el año 2010 por parte de científicos del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig, Alemania, cuando se secuenció el ADN de dos dientes y un hueso de dedo meñique encontrados en los montes Altái de Siberia.
Este nuevo estudio sobre los tibetanos liderado por investigadores del Instituto de Genómica de Pekín y la Universidad de California sugiere por primera vez una ventaja evolutiva conferida directamente por homínidos de Denisova, una adaptación que parece ser singular para el pueblo tibetano.
Para las personas cuyos antepasados vivieron en altitudes menos elevados, esta singularidad genética plantea la posibilidad de problemas cardíacos en el corto plazo, y es inútil para la reproducción, ya que aumenta el riesgo de preeclampsia (hipertensión durante el embarazo). Pero a grandes alturas, esta singularidad sí que resulta provechosa: se tiene una mayor aptitud y una mayor fertilidad, incluso cuando hay poco para respirar.
La base genética para la adaptación heredada del homínido de Denisovan por parte de los tibetanos involucra una proteína llamada EPAS1, que controla la regulación de oxígeno. El gen EPAS1 se conoce como el de la hipoxia porque sus mutaciones se asocian con diferencias en la concentración de hemoglobina en sangre. En palabras de Asan Ciren, investigador del Instituto de Genómica de Pekín:
La relación genética o consanguinidad entre los humanos modernos y los homínidos arcaicos es un tema candente de la paleoantropología actual. El hallazgo de haplotipo EPAS1 denisovano seleccionado en los tibetanos no solo demuestra la posibilidad de un flujo de gen antiguo en los antepasados de la población tibetana, sino que también señala la importancia de este tipo de eventos en la adaptación local de los humanos modernos.
Por unas horas, me hubiera gustado dispuesto de esa proteína para pasearme alegremente por el centro de investigación Sphinx.
Vía | Slate
Foto | onwardtibet.org | John Hill (CC)
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