Cada vez hay más evidencia de que, si bien nuestros genes nos predisponen a ciertas patologías, como la obesidad, también nuestro estilo de vida puede atenuar o hasta anular la influencia genética.
Por ejemplo, si practicamos ejercicio regularmente no solo estamos quemando calorías sino que modificamos la actividad de los genes en el hipotálamo (el centro del hambre) y desactivamos el efecto del gen fto de abrir el apetito.
Por consiguiente, el lugar donde decidamos vivir (y por tanto, las normas sociales y culturales que adoptaremos para convivir con los demás) también influirán en gran parte en aspectos de nuestra salud, como el cáncer, nuestra inclinación al suicidio o la predisposición la obesidad. En los diferentes links podéis encontrar ejemplos sobre estas patologías y su vinculación a lugares geográficos.
Se estima que aproximadamente hay entre 100 y 200 genes implicados en determinar la cantidad de energía que una persona consume, la manera en el que quema los alimentos y cuánta grasa almacena, tal y como señala Jörg Blech en su libro El destino no está escrito en los genes:
De estos datos no podemos extraer información sobre grupos de riesgo, sino sencillamente variantes biológicas. Tomemos a dos personas: aunque coman y se muevan en igual medida, una de ellas tendrá tendencia a estar delgada, mientras que la otra engordará con más facilidad. No obstante, estas tendencias genéticas no son suficientes para explicar la obesidad que padece la humanidad desde hace sólo unas cuántas décadas.
Como es evidente, los países (y hasta las ciudades y los barrios de dichas ciudades) poseen diferentes estilos de vida (tabaco, vida sedentaria, dieta equilibrada, etc.) que finalmente se refleja en la impronta epigenética. Es decir, que estos estilos de vida alteran el comportamiento de los genes.
Para Blech, de hecho, el lugar de residencia (o dicho de otro modo, el conjunto de costumbres asociados a ese lugar de residencia) es mucho más determinante que la herencia genética:
La ciudad de Washington constituye un magnífico ejemplo: el metro la cruza hasta la comarca de Montgomery, en el estado vecino de Maryland. La esperanza de vida de quienes residen en poblaciones situadas a lo largo de la línea de metro se incrementa en medio año por cada milla recorrida: los hombres que viven alrededor de la primera parada, en el centro de la ciudad, son pobres y viven un promedio de 57 años; en las inmediaciones de la última parada, habitan hombres más ricos y con una esperanza de vida de 76,6 años.