En Polonia hay una mina de sal muy artística. En concreto son dos minas de sal, Wieliczka y Bochnia, que datan del siglo XIII y que hasta hace muy poco seguían produciendo sal de mesa: fueron una de las principales fuentes de riqueza del país, pues en aquella época, en la que no existían los frigoríficos ni las neveras, la sal se utilizaba como método de conservación; pero en el año 2007 decidieron detener su extracción porque no salía rentable.
Por otra parte, a causa de la rivalidad entre ambas minas, al final los mineros, más que dedicarse a extraer sal, se enfrascaron en la titánica tarea de esculpir estatuas en las mismas rocas de sal. Estatuas para todos los gustos, desde santos hasta familiares del propio minero. Incluso los candelabros están confeccionados con sal. Tras años de dedicación, en las paredes de ambas minas se puede contemplar una sucesión de obras de arte de color esencialmente blanco.
Bochnia tiene 4,5 kilómetros de extensión por 480 metros de profundidad divididos en 16 niveles, y Wieliczka, que ha sido declarada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, posee una profundidad de 327 metros y una extensión de 300 kilómetros. Sí, 300 kilómetros. Como para perderse. Dadas estas dimensiones, podemos decir sin complejos que estamos ante un museo en toda regla. Un museo de sal de estatuas de sal. Por eso recibe el sobrenombre de la catedral subterránea de la sal de Polonia.
A pesar de que durante la ocupación comunista de Polonia se destruyeron muchas de las estatuas, algunas con más de 500 años de antigüedad, Wieliczka sigue en funcionamiento y puede ser visitada. Entre sus innumerables esculturas y altares de sal, como una réplica del cuadro de Leonardo Da Vinci, La última cena, hecho en un relieve de pocos centímetros, además, encontraréis firmas y dedicatorias escritas en las paredes por personajes históricos de la talla de Copérnico o Goethe, y otros contemporáneos como Bill Clinton o Juan Pablo II.
También está provista de cámaras y capillas excavadas en la sal, un lago subterráneo que tiene más de 300 gramos de sal por litro, exposiciones que ilustran la historia de la minería de la sal y una sala en la que se puede escuchar música de Chopin. Las galerías laberínticas de las minas inspiraron al escritor polaco Bolesław Prus varias escenas de su novela histórica Faraón (1895). La visita guiada dura unas 3 horas y en ella se desciende a 135 metros bajo tierra.
Algo de especial deben de tener las minas de sal que invitan a sus mineros a dejar salir su inspiración artística, pues en otra mina situada al otro lado del mundo, en el interior de la Cordillera Oriental Colombiana, hogar de uno de los depósitos de sal más grandes del planeta, también se construyó una catedral subterránea exclusivamente con sal común. La explotación de la mina se remonta muy atrás en el tiempo, pues ya los pueblos aborígenes de la región empleaban su sal como divisa, pero a partir del siglo XIX se empieza su explotación sistematizada gracias a las sugerencias del naturista y antropólogo Alexander Von Humboldt.
Poco a poco se llegó a una profundidad de 2.730 metros bajo el nivel del mar. Este punto bajo tierra sería llamado Guasa por los mineros, y allí construyó también una pequeña catedral en honor a la Virgen del Rosario de Guasa, patrona de los mineros, que se inauguró en 1954. En 1992, este monumento histórico subterráneo construido a base de sal fue cerrado al público para salvaguardarla de los estragos del turismo.
Pero, a fin mantener el flujo turístico, se proyectó otra catedral de mayor estabilidad y más segura a unos 60 metros por debajo de la anterior. La nueva catedral estaba compuesta por 3 naves temáticas y un auditorio principal. Para construirla se extrajeron 250.000 toneladas de sal roca y en ella trabajaron un total de 347 personas, entre los que se hallaban más de 100 artistas talladores que dieron forma a las diversas obras del interior del edificio. Todos ellos, imagino, impermeables a la superstición de que derramar la sal trae mala suerte.