Supongo que ya todos sabéis que, bajo el glaciar Eyjafjallajokull, el quinto mayor de Islandia y un conocido destino para la práctica del senderismo en el sur de Islandia, se está produciendo una erupción que está siendo la noticia estrella estos días. Sobre todo porque ha obligado a cancelar el tráfico aéreo en media Europa.
Aunque inmensa, la nube de cenizas del volcán islandés palidece antes erupciones del pasado reciente, como la erupción volcánica de Tambora en 1815, que ostenta el récord de víctimas en desastres naturales junto a la pandemia de peste bubónica, neumonía y septicemia que diezmó la población de Eurasia en el siglo XIV, el huracán de Bangladesh de 1970, el desbordamiento del río Huang-He de 1887 y ll terremoto que sacudió Henan en 1556.
En la remota isla indonesia de Sunbawa, una de las islas menores de Sonda, el volcán Tambora explotó de repente, matando a 12.000 personas, sin contar las 49.000 que luego murieron de hambre a causa del destrozo provocado en sus cosechas. Fue la mayor deflagración volcánica de los últimos 10.000 años. Eyectó 50 kilómetros de material hacia la atmósfera. La explosión dejó un cráter de 7 kilómetros de ancho y 1.000 metros de profundidad y su ruido se oyó a más de 4.800 kilómetros de distancia.
Volved a leer todas estas magnitudes y tratad de digerirlas poco a poco, porque son más descomunales de lo que parecen a primera vista. Más datos: equivalía a la explosión simultánea de 60.000 bombas atómicas como la de Hiroshima.
La expansión de este detritus volcánico cubrió de tal modo la atmósfera que se ha encontrado un fino estrato del polvo de Tambora en las nieves de Groelandia y también en la meseta helada de la Antártida. En unos meses, pues, hasta el último rincón del globo tenía un recuerdo en forma de polvo de la isla de Tambora.
Así pues, la erupción islandesa que ahora protagoniza todos los informativos no es para tanto. Sin embargo, es la primera vez que asistimos a una erupción de tal magnitud en una era en la que existen los aviones.
Tambora hizo que el mundo se volviera oscuro como la brea, y fue sin duda el peor año de los tiempos modernos para los campesinos, a los que las semillas no les crecieron, el ganado se les murió a causa de la escasez de forraje o tuvo que ser sacrificado prematuramente y en que las heladas duraron hasta junio. Por ejemplo, en Francia, en los meses de julio a agosto se presentó un déficit de temperatura media de 3 grados.
Benjamín Franklin fue el primero en postular la relación existente entre las erupciones volcánicas y el clima. Residía en París como Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos, y ya en aquellos años observaba un fenómeno similar al de Tambora, producto de un volcán casualmente islandés:
Durante varios meses del verano de 1783, cuando los efectos caloríficos de los rayos del sol de estas regiones deberían haber sido máximos, había una constante niebla sobre toda Europa y una gran parte de Norteamérica. Esta niebla era de naturaleza permanente. Era seca y parecía que los rayos del sol no tenían poder para disiparla, como fácilmente hacen con la niebla húmeda… de hecho se volvían tan débiles al pasar a través de ella, que, cuando se recogían en el foco de una lente, difícilmente quemaban un papel. (…) La causa de esta niebla universal no se conoce todavía. Podría ser adventicia a la Tierra… o podría ser la vasta humareda que, durante largo tiempo continuó saliendo en verano del Hekla, en Islandia y de ese otro volcán surgido en el mar cerca de la isla, cuyo humo pudo ser dispersado por diversos vientos sobre la parte septentrional del mundo…
Ahora es un climatólogo de la Universidad de Viena, Herbert Formayer, el que indica que si las partículas desprendidas del magma del volcán alcanzan la estratosfera, podría haber durante varios años “un efecto refrigerador“.
La estratosfera es la segunda capa de la atmósfera y comienza a unos 12 kilómetros de altura sobre la superficie de la Tierra. “A esa altura no hay lluvias que puedan reducir o ‘lavar’ las partículas, por lo que las cenizas puede permanecer allí durante dos o tres años“, ha dicho el experto de la Universidad de Viena, que ha explicado que “durante esa época se reduce la radiación del sol y eso tiene un efecto refrigerador“.
El portavoz del Ministerio de Medio Ambiente islandés, Gudmundur Gudmundsson, se ha mostrado de acuerdo con estas declaraciones. “La erupción continúa y no esperamos ningún cambio en la emisión de cenizas (...) los potentes vientos seguirán dispersando la columna (de cenizas) sobre Europa“, ha señalado.
Vía | ABC.es