Al igual que un conjuro de Harry Potter, hay cuatro palabras fundacionales, cuantro términos que obra como pilares maestros sobre los que se ha construido toda la ciencia moderna: "hecho", "evidencia", "hipótesis" y "teoría".
Muchas de estas palabras no tenían la acepción que adquirieron con el nacimiento de la ciencia, otras sencillamente se usaban de forma aislada de las demás. Sin embargo, hay un libro que las unió todas y les otorgó, a su vez, su poder, su definición más actual.
Ternary of Paradoxes
Hasta la década de 1660, las "hipótesis" y las "teorías" eran términos usados mayormente en el ámbito de la astronomía. Por su parte, los "hechos" y las "evidencias" se usaban en derecho. Poco a poco, los términos fueron convergiendo y ampliando su cobertura para explicar el mundo natural.
La existencia de tales palabras, pues, fueron una prueba lingüística del nacimiento de la propia ciencia. Y no tardarían en usarse todas a la vez, junto a el término "experimento", en un libro de 1649: la paráfrasis de Walter Charleton de Jan Baptista van Helmont, el Ternary of Paradoxes (Ternario de paradojas).
El Oxford English Dictionary lo cita 151 veces como primera entrada de una definición. Charleton fue uno de los miembros más activos de la Royal Society en sus primeros años, tal y como señala David Wottoon en su libro La invención de la ciencia:
Allí donde la vieja filosofía había declarado certezas indiscutibles, la nueva se modelaba a partir de la astronomía y el derecho, disciplinas en las que ya hacía tiempo que se habían reunido los hechos y la evidencia con el fin de generar hipótesis y teorías confiables, incluso incontrovertibles.
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