Del anhelo epistémico o, de forma más prosaica, la curiosidad por saber es de lo que trata uno de los últimos libros del prolífico Phillip Ball. De por qué sentimos curiosidad, de por qué nos interesa, potencialmente, todo. El título bajo el cual ha recogido Ball su grueso ensayo no podría ser otro: Curiosidad.
Episteme
En Curiosidad, Ball también recorre los hitos de astrónomos, químicos o físicos que, en un mundo donde la curiosidad estaba mal vista a rebufo del pecado original cometido por la Eva bíblica, optaron por retirar las sombras, preguntarse el por qué de las cosas, sustituir la magia y la sofistería por evidencias.
Curiosidad. Por qué todo nos interesa (Noema)
Fueron héroes porque algunos pioneros en la Edad Media pagaron, en ocasiones con la vida, un exceso de curiosidad. Por ejemplo, la historia de Kepler, quien perseverando reveló la estructura de los movimientos de los planetas, alejando a la Tierra del centro del Universo. O la odisea de Galileo, que se enfrentó a la Iglesia tras ver con sus propios ojos, gracias a un modesto telescopio, cómo eran la Luna y algunos planetas.
La vida de Robert Hooke nos revelará cómo una persona sin apenas recursos puede convertirse en una persona relevante en la ciencia, usando como único motor su curiosidad innata.
Ball nos describe con minuciosidad el brillo en los ojos de estos personajes, y lo hace con cercanía y rigor. No en vano, Ball pertenece a esta estirpe de hombres: es químico y doctor en Física por la Universidad de Bristol. Editor de la revista Nature, colabora regularmente con New Scientist y otras publicaciones científicas. Es, además, miembro del departamento de Química del University College de Londres.
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