¿Por qué nos gusta más el sabor dulce que el amargo? Los antepasados que disfrutaban sobremanera del dulce inclinaron su alimentación hacia sustancias con azúcares, que aportaban la energía necesaria para huir de depredadores o sobrevivir a los largos periodos déficit calórico. Los que, por el contrario, disfrutaban lamiendo, por ejemplo, piedras, tuvieron menos probabilidades de sobrevivir (muchas menos, de hecho). Los que sobrevivieron, los adictos al azúcar y a las grasas, transmitieron genéticamente este apetito. Hasta nuestros días, cuando ya no es necesario que genéticamente seamos impulsados a disfrutar de lo dulce porque ya no hay problemas de alimentación (por ello vivimos una epidemia de obesidad en el Primer Mundo).
Éstas y otras preguntas similares son respondidas por Mark Nelissen en su libro Darwin en el supermercado, capítulo a capítulo, de forma sucinta y simpática, incorporando anécdotas personas de su día a día (junto a los comentarios de su esposa). En ese sentido, Nelissen es el equivalente germánico a Bill Bryson.
Con todo, estamos ante una introducción de la psicología evolutiva: los que ya seáis avezados lectores de esta clase de libros, entonces Darwin en el supermercado probablemente no os explique nada que no sepáis ya.
Por cierto, por si no lo sabíais, Darwin se lo comía todo.
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