Es posible que Albert Einstein sea el primer científico en catapultar la ciencia a la cultura de masas, con permiso de Michael Faraday (el primer gran divulgador de ciencia popular). No en vano, la revista Time escogió a Einstein como personaje del siglo xx. Y es que, gracias a este físico alemán de origen judío, más tarde han podido desarrollarse sin trabas científicos iconoclastas como Richard Feynman. O un showman como el premio Nobel y profesor de química Harry Kroto, ganador de la categoría “mejor chiste presentado por un científico o escritor de ciencia famoso” que, además, se describe a sí mismo como alguien que profesa cuatro “religiones”: humanismo, ateísmo, pro amnistía-internacionalismo y humorismo. Incluso es posible que, gracias a Einstein, ahora podamos leer divertidísimos libros de física como La partícula divina de Leon Lederman, o de divulgación científica generalista como Una breve historia de casi todo de Bill Bryson o El canon de Natalie Angier (sin duda, mi predilecto).
Como muestra, un botón de las aptitudes de Einstein en el medio público: un periodista le preguntó: ”¿Me puede usted explicar la Ley de la Relatividad?”, a lo que Einstein respondió “¿Me puede usted explicar cómo se fríe un huevo?”. El periodista lo miró extrañado y contestó “Pues, sí, sí que puedo”, a lo cual Einstein replicó: “Bueno, pues hágalo, pero imaginando que yo no sé lo que es un huevo, ni una sartén, ni el aceite, ni el fuego”.
Todo eso se lo debemos a Einstein. Y a su lengua asomando entre los labios. Y a sus pelos canosos disparados hacia todos los puntos cardinales, que más tarde copiaron tantos científicos del cine, como el doctor Emmet Brown en Regreso al futuro. Por todo eso, y por muchas otras cosas, Albert Einstein es el científico que más veces aparece mencionado en el quesito verde del Trivial Pursuit.
Y, bien, a Einstein también le debemos la biografía que nos ocupa: ‘Einstein: la teoría de la relatividad. El espacio es una cuestión de tiempo’ del físico y escritor David Blanco Laserna (Madrid, 1973), que ya cuenta en su bagaje como autor con otras biografías, como el de la matemática Emmy Noether. Laserna también ha escrito ensayos de matemáticas para adultos, y publicado numerosos libros para niños y jóvenes, tanto de ficción como de divulgación científica.
A decir verdad, no es ésta una biografía en el sentido estricto, sino más bien un libro de divulgación de física, mezclado con unas gotas de libros de texto acerca de los descubrimientos de Einstein, agitado con las píldoras vitales del biografiado.
Así pues, estamos ante un texto de estilo riguroso y ameno, en el difícil equilibrio que exige la buena divulgación para un amplio espectro de público. El autor, pues, no tropieza el didactismo redundante ni levita sobre las explicaciones como una esfinge de gesto enigmático, con esa fastidiosa tendencia de convertir lo simple en abstruso, sino que se implica y envuelve lo explicado en la vívida biografía de Einstein, así como en el trasfondo histórico en el que aparecieron sus descubrimientos. Al final, pues, uno no está leyendo una biografía ni un libro de texto, ni tampoco una novela, sino un cóctel en el que se han diluido todos los géneros.
El libro consta de cinco capítulos que hacen hincapié en los grandes momentos de Einstein como científico: La revolución electromagnética, Todo movimiento es relativo, Los pliegues del espacio-tiempo, Las escalas del mundo y El exilio interior. Todos esos momentos, como ya he señalado, se explican también en función de su periplo vital: después de todo, un científico no es un robot sino un conjunto de emociones influidas por los vicisitudes que finalmente determinará qué vericuetos toma la razón.
Además, el volumen está salpicado de recuadros donde se profundiza en los temas más crípticos o se amplía información de otros personajes o curiosidades de la época, todo ello acompañado de gráficos e ilustraciones.
En resumidas cuentas, el texto es tan visualmente rico que facilita la lectura sostenida y, también, permite la repaso puntual de aquellos apartados que llaman más nuestra atención.
‘Einstein. La teoría de la relatividad’, además, constituye el primer volumen de una ambiciosa colección de biografías de científicos de todos los tiempos que saldrá a la venta a partir del 13 de septiembre de 2012 en RBA Coleccionables bajo el título genérico Grandes Ideas de la Ciencia. Una colección, atención, que consta de 40 volúmenes, cada uno de ellos dedicado a un personaje de la talla de Newton, Tesla, Fermat, Descartes, Gödel, Turing, Laplace, Gauss o Heisenberg. Y, naturalmente, Albert Einstein.
John Ruskin se quejó en una ocasión de la poca atención que la gente le prestaba a los libros: “¿Cuánto tiempo mirará alguien el mejor libro del mundo antes de decidirse a pagar el precio de un rodaballo de buen tamaño por él?”. Con las recientes subidas del IVA, esta pregunta todavía resulta más pertinente, habida cuenta de que el libro conservará su 4 % de IVA y el pescado, sin embargo, pasa del 8 al 10 %. No diré nada más, excepto que toda la información interesante almacenada en esta nueva colección de libros de ciencia dura mucho más que un plato de rodaballo. Y no tiene espinas.
Con todo, el último argumento que os dejo para que os zambulláis en el libro (y dejéis de preguntaros “¿hacía falta otra biografía de Albert Einstein?") se lo cedo al Laserna, que ya es un prólogo apunta certeramente:
Si Newton convirtió el mundo en un mecanismo de relojería, que se podía manipular para alumbrar una Revolución industrial, Einstein lo transformó en un espacio donde soñar lo imposible. Se le entendiera del todo o no, el eco de sus ideas resuena a lo ancho y largo de nuestra cultura.
Su obra concedió carta de naturaleza a conceptos insólitos: viajes en el tiempo, agujeros negros, lentes gravitacionales, nuevos estados de la materia, universos en expansión, bombas capaces de aniquilar un mundo... Este libro se centra en sus creaciones mayo- res, en relatividad y física cuántica, dejando un espacio también para las menores, en óptica y mecánica estadística, que habrían bastado para ganarle un lugar de honor en la historia de la ciencia.
Se ha escrito tanto sobre Einstein como para desbordar los estantes de la biblioteca de Babel, pero al menos una razón justifica que echemos más leña al fuego: su propia obra, que se mantiene viva y en plena expansión. Gran parte de los juguetes tecnológicos que nos rodean son herederos suyos, más o menos directos: como el GPS, las células solares o los reproductores de DVD. No pasa una década sin que se confirme una de sus predicciones, la industria encuentre una nueva aplicación a sus ideas o se progrese en la búsqueda de una teoría cuántica de la gravitación.
Podéis leer más detalles sobre la colección Grandes Ideas de la Ciencia en Papel en Blanco.