El arte puede verse revolucionado por los avances tecnológicos hasta puntos insospechados, desde el análisis de obras literarias (mediante software) hasta el escrutinio de obras pictóricas o escultóricas, como ya os explicaba en el artículo Se usa tecnología médica para estudiar obras de arte.
La historia del arte también puede contarse desde la perspectiva de la ciencia, concretamente de la química y, por tanto, de cómo el descubrimiento de nuevos colores influyó en el arte. Y eso es la ambiciosa empresa que ha abordado Philip Ball (célebre escritor de temas científicos que colabora regularmente en Nature) en La invención del color. Y, por tanto, nos ha inspirado para escribir artículos como El mortal color verde.
Resulta innegable, a tenor de las continuas zambullidas que realiza Ball en la historia del arte, que la invención y la disponibilidad de nuevos pigmentos químicos fueron en realidad los verdaderos influyentes y coadyuvantes de la evolución de arte, por encima de políticas o modas. Tendemos a pensar que el arte se ha pergeñado como se ha pergeñado en base a las habilidades creativas de los artistas, pero no que el artista, en el fondo, ve limitado por las herramientas de las que dispone. Se habla más de aspectos estilísticos o formales y se descuida el aspecto quizá más importante: el oficio.
Como señala Anthea Callen, especialista en las técnicas de los impresionistas:
De modo que sólo cuando se hayan evaluado a fondo las limitaciones impuestas al artista por sus materiales y sus condiciones sociales podrán comprenderse adecuadamente las preocupaciones estéticas y el lugar del arte en la historia.
En definitiva, si os interesa el arte en todas sus expresiones, no podéis perderos este singular libro: os permitirá entender las obras maestras de una forma totalmente nueva, en la que se ven implicados minerales, insectos y tubos de ensayo.
Turner Ediciones
Colección: Noema
Páginas: 464
ISBN: 978-84-7506-623-3