Steven Johnson es un divulgador de ciencia fascinante. No solo escribe muy bien sino que es capaz de mezclar conocimientos de diferentes disciplinas de un modo admirable. Pero lo mejor de todo en Johnson es que algunos de sus libros cuestionan hechos comúnmente creídos que la investigación científica está echando por tierra.
Por ejemplo, en Cultura basura, cerebros privilegiados recurre a la neurociencia para sugerir que los medios de masas (los videojuegos, la telebasura, las series, etc.) nos están haciendo más inteligentes, porque la cultura de masas está incrementando su complejidad progresivamente a causa de tres factores interrelacionados: los apetitos naturales del cerebro, el sistema económico de la industria cultural y las plataformas tecnológicas en evolución.
Obviamente, ello no significa que basta con usar Internet y ver la televisión para ser inteligente (la lectura de libros desarrolla otra clase de inteligencia, por ejemplo; porque leer nos cambia el cerebro más de lo que creemos). Si queréis profundizar en este tema, os recomiendo el artículo que escribí recientemente comparando las tesis de Johnson con las aparentemente contrarias de Nicholas Carr en su libro Superficiales, una advertencia de cómo Internet no está volviendo más tontos: Divulgación 2.0. Ventajas y desventajas de la ciencia en Internet
Ahora Steven Johnson vuelve a deslumbrarme con su reciente libro Las buenas ideas, donde trata en profundidad uno de los temas que más me seducen a nivel personal: de dónde surgen las ideas, qué es la creatividad y la razón del absurdo que supone creernos que hay dueños de ideas (de libros, de patentes, etc.) y cómo el copyright y los derechos de autor, con el tiempo, deberán reemplazarse por otros modelos más laxos o incluso ser suprimidos por completo.
También habla Johson de los genios, esos idealizados personajes que parecen haber descubierto la Coca Cola (un actor famoso, un cantante de éxito, un descubridor de la penicilina o la doble hélice del ADN, las primeras personas que volaron, etc.). Una vez concluida la lectura de Las buenas ideas, os lo garantizo, dejaréis de rendir pleitesía a esas personas.
Porque las ideas no surgen de las personas individuales sino de las redes que se generan entre las personas: por ello siempre hay más innovación porcentualmente en cualquier ciudad antes que en cualquier pueblo. Porque las cosas las descubrimos todos y nos pertenece a todos, simplemente hay una persona que, por azar o serendipia, acaba ostentando el título de descubridor y dueño de dicha cosa. Si queréis profundizar en ello, os recomiendo también la lectura del artículo ¿Cómo innovar cuando no hay propiedad intelectual?
En definitiva, un gran libro que nos ha inspirado para escribir artículos como La Regla 10 y 10: siempre se tarda lo mismo en aceptar una nueva tecnología o El mito de que los descubrimientos científicos los realizan los científicos por sí solos.