No hace falta ser Einstein ofrece justamente lo que describe en su título: que no es requisito indispensable ser un genio de la física para comprender algunos de los más intrincados procesos físicos que nos rodean, desde el comportamiento de lo infinitamente pequeño (la mesa, la silla, la pared en realidad están casi totalmente vacíos, que sean sólidos es sólo una ilusión), hasta el funcionamiento de la que se considera la obra civil más importante y compleja de la historia de la humanidad, el Gran Colisionador de Hadrones, un monstruo de casi treinta kilómetros de circunferencia que precisamente sirve para averiguar de qué se compone lo infinitamente pequeño.
David Bisbal y otras bromas
Pero No hace falta ser Einstein no se queda en este encomiable objetivo: también pretende que nos echemos unas risas leyendo acerca de todas esas cosas que, en el ámbito del instituto o del colegio, eran fuente de eternos bostezos.
Y es que Ben Miller, después de licenciarse en Física en Cambridge, se ha labrado una carrera como humorista. Sólo así se entiende que en un libro de física, ya desde la primera página, a fin de explicar el Big Bang, se mencione a David Bisbal. Y en la página tres vuelve a aparecer.
Todo ello jalonado de cultura pop y con una prosa tan cercana que en ningún momento nos da la impresión de que el libro haya sido escrito por un físico (en el sentido academicista del término), sino por un colega muy próximo y jacarandoso que nos cuenta el Big Crunch con el mismo tono con el que nos contaría su última borrachera en un bar de mala muerte.
No hace falta ser Einstein (Libros Singulares (Ls))
Para sazonar esta sensación, la presente edición viene plastificada, pues al libro le acompaña un desplegable con dibujos, sentencias y esquemas que se inspiran en los años 50-60, cuando se estrenaban películas de ciencia ficción baratas o directamente de serie B, y el término “nuclear” sonaba a monstruos gigantes con ojos de mosca.
Además, Miller pone su granito de arena para olvidarnos de dividir a la gente en “de letras” o “de ciencias”, apostando por un alfanumerismo que solo los epistémicamente hambrientos cultivan a expensas de las divisiones académicas:
Siempre me han gustado las letras, igual que las ciencias, y siempre me ha parecido raro que las dos disciplinas estén separadas por una extraña especie de apartheid educativo. Si tuviéramos que generalizar sobre la actual situación del asunto (de lo contrario, ¿para qué diantres sirve un libro como este?), diríamos que las letras tienen algo de aristocrático, de litúrgico, de monárquico, mientras que en conjunto las ciencias parecen ser más igualitarias, más coloquiales y democráticas. De repente nos encontramos a uno de los dos lados de esa línea divisoria cultural, y básicamente nos vemos caracterizados o bien como unos dandis, fantasiosos y creativos, o bien como personas poco aseadas, sabihondas y empollonas, de trato difícil, que no encajan en la sociedad.
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