Por qué somos como somos no es el mejor libro de Eduardo Punset, sin embargo contiene algunos pasajes que resultarán interesantes, sobre todo para los seguidores de su programa de televisión Redes (sobre todo los de hace unos años, antes de que Punset estuviera en el candelero).
Es por ello, que el libro nos ha inspirado para escribir artículos como Recordamos a través de los olores o El gen de la mosca que nos hace dormir por la tarde.
Pero como dije, no estamos aquí ante el mejor Punset, que demostraba cierta capacidad lírica para explicar ciencia en su libro El viaje al amor. Aquí Punset se limita a transcribir lo que oye de otros científicos. Sensación que se agudiza al comprobar que la mayoría de los textos no son más que refundiciones de programas de Redes que intentan dar empaque al conjunto.
Por qué somos como somos es un libro convencional que intenta abarcar demasiado, tropezando así en ocasiones en una superficialidad que resultará tediosa para el avezado lector de divulgación científica.
Para el resto, para los que todavía se tragan El secreto de Rhonda Byrne o el fast food, átono y monjil, espiritual a lo teletubbie, de Pablo Cohelo, Por qué somos como somos se impone como lectura obligatoria, pues por primera vez descubrirán estos nuevos lectores que hay explicaciones a interrogantes que hasta hace poco parecían territorio exclusivo de filósofos, teólogos o místicos.
A pesar de los defectos y de la evidente tendencia de Punset hacia la espiritualidad más popular, hay que admitir que el divulgador ha conseguir poner de moda la ciencia (o la parte más superficial de la ciencia, si se quiere). Lo cual no es moco de pavo. Con su fisonomía lombrosiana de científico en las nubes (amén de sus greñas blancas disparadas hacia todos los puntos cardinales), Eduardo Punset merece mi respeto ante todo por su faceta de presentador del catódico Redes, el único programa de la parrilla televisiva que ha resistido numantinamente durante años los embates de grandes hermanos, la prensa amarilla más morbosa, los concursos de abrir cajas para analfabetos de discoteca o la aparición de Belén Esteban, garbancero formato en sí mismo.
Hace muy pocos años, sobre todo en las décadas de los sesenta y los setenta, una reflexión sobre la naturaleza humana habría versado casi exclusivamente sobre genética y la programación de las conductas humanas implícita en los genes. Antes de 1953 (fecha histórica del descubrimiento del “secreto de la vida”, como llamaron Watson y Crick a la estructura de la molécula del ADN) el entorno modulaba las almas. En la Rusia soviética se podría y debía construir un hombre nuevo transformando la organización social. Antes de eso era todavía peor. Habíamos fabricado dioses a nuestra imagen y semejanza, y aplacábamos sus iras despeñando humanos por las murallas y consumando sacrificios humanos. Cualquier cosa salvo mirar qué pasaba dentro de uno mismo cuando aprendía, lidiaba con el vecino, amaba, sufría y moría. Es incomprensible (y sobre todo ha sido una fuente de amargura indecible) que hayamos sobrevivido sin saber nunca qué nos pasaba dentro, por qué nos comportábamos como lo hacíamos cuando estábamos emocionados, acosados por el miedo o la indiferencia.
Editorial Aguilar, 2008 224 páginas ISBN: 9788403099227