El miedo infundado al terrorismo, los accidentes de tráfico, la violencia de género y otros hechos matemáticamente improbables (VI)

Nuestro cerebro, al haberse formado en contextos con tan pocos individuos relevantes, carece recursos para enfocar claramente las muertes que se suceden a su alrededor.

Los psicólogos llaman a este efecto “insensibilización psicofísica”. El periodista Tom Vanderbilt señala que, a causa de ello, se producen reacciones como que “salvar diez vidas en un campo [de concentración] de cincuenta personas parece más deseable que salvar diez vidas en un campo de doscientas, aunque diez vidas sean diez vidas.”

Otro efecto que produce nuestra incapacidad para procesar grandes números (ya sean de personas o de cosas) es el que se denomina “efecto de la víctima identificable”, que pone de manifiesto nuestra extrema sensibilidad por el sufrimiento de una sola persona antes que de muchas, y por ello, tal y como ha demostrado el trabajo del psicólogo y analista del riesgo estadounidense Paul Slovic, “la gente tiene más probabilidades de dar más dinero a las campañas benéficas que muestran a un niño que a aquellas que enseñan múltiples niños, aun cuando el llamamiento consta de tan solo un niño más.”

Algo parecido sucede con las víctimas de la carretera, que también es una cifra que se anuncia a menudo en los medios de comunicación. En realidad, conducir no entraña demasiados riesgos, es sólo un poco menos peligroso que os quedéis sentados en el sofá de vuestra casa, como explicamos en el artículo La estadística tramposa de los accidentes de tráfico: vivir es casi tan peligroso como conducir (I) y (y II).

Sam Harris también abunda en ello:

Es fácil encontrar razonamientos biológicos para carecer de ese equipamiento, ya que los millones de años pasados en las mesetas africanas no nos seleccionaron para la evolución por nuestra capacidad de asimilar emocionalmente los horrores del siglo XXI. Que nuestros genes paleolíticos dispongan ahora de armas químicas, biológicas y nucleares, es, desde el punto de vista evolutivo, muy similar a poner esta tecnología en manos de chimpancés. La diferencia entre matar a un hombre y matar a mil no nos parece tan destacable como debería. Y, como observó Glover, en muchos casos encontraremos mucho más perturbador el primer ejemplo. Tres millones de almas podrán morir de hambre o ser asesinadas en el Congo sin apenas reacción por parte de nuestros medios de comunicación. Pero si una princesa muere en un accidente de coche, la cuarta parte de la población de la Tierra cae postrada de dolor. Quizá seamos incapaces de sentir lo que deberíamos sentir para cambiar nuestro mundo.

Las matemáticas nos pueden permitir mejor enfocar problemas que nuestro cerebro mal calibrado no sabe analizar. Evidentemente, no me pronuncio políticamente, ni siquiera moralmente. Mi enfoque más bien está centrado en la responsabilidad de los medios. Y también en la responsabilidad que tenemos como consumidores de medios: tal vez deberíamos aprender a leer mejor los periódicos, parafraseando al matemático John Allen Paulos.

Puede que os resulte repugnante comparar muertes provocadas por uno u otro motivo (aunque considero perfectamente comparables las muertes cuya responsabilidad última recae en la Administración y en cómo ésta gestiona sus recursos: accidentes laborales, accidentes de tráfico, etc.). Igualmente, si aún os sigue resultando repugnante, entonces deberéis también defender la tesis de este artículo: que resulta tendencioso, inexacto y contraproducente que los medios de comunicación no dejen de mencionar el número de muertes por accidente de tráfico, por terrorismo o por violencia de género, como si todas las magnitudes fueran exactamente igual: por ejemplo, si nos pasamos media vida en el coche es natural que haya más muertes por accidentes que nadando en una piscina, por ejemplo.

Este efecto se puede observar cuando aparece la noticia de que un perro ha mordido a una persona o ha matado a un bebé. En los días siguientes, aparecerán diversas noticias de perros asesinos en diversas ciudades del mundo. ¿Acaso ha habido un brote anormalmente elevado de perros asesinos? No: sencillamente han existido siempre, pero los medios de comunicación no les habían prestado atención. En el momento en que uno lo hace, el resto decide buscar más casos para aprovechar la ola y causar una preocupación artificial en el espectador.

Esa preocupación artificial puede tener consecuencias positivas (mayor control del problema) o negativas (por ejemplo, inversión de recursos desproporcionada en el problema). Tal vez algunas personas empezaron a tener miedo de los perros de manera injustificada a raíz de esas noticias encadenadas. ¿Os imagináis las consecuencias de publicar una noticia semanal de algún perro asesino durante 10 años?

En la última entrega de esta serie de artículos me permito incluir la crítica de una lectora que revisó parte de esta serie de artículos antes de ser publicados, así como mi contrarréplica.

Vía | El cisne negro de Nicholas Taleb Nassim, El hombre anumérico de John Allen Paulos, Tráfico de Tom Vanderbilt, El club de los supervivientes de Ben Sherwood, Sistemas emergentes de Steven Johnson, El fin de la fe de Sam Harris, Historias de un gran país de Bill Bryson El miedo a la ciencia de Robin Dunbar y Superfreakonomics de Stephen Dubner, Mujer de Natalie Angier

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