Mucho se ha escrito ya acerca de la seguridad de un viaje en avión comercial. Por ejemplo, indirectamente, el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York produjo más víctimas colaterales de la gente que prefirió coger el coche antes que un avión por miedo que las víctimas directa del desplome de ambos edificios, tal y como explica Nassim Taleb en su libro El cisne negro.
Sin embargo, la gente continúa teniendo miedo a volar (aunque no haya amenaza terrorista en el horizonte), hasta el punto de que las cajas negras de los aviones se ha convertido en algo así como objetos mitológicos que, dispersas por el mundo, dan buena cuenta de las miles de víctimas en avión (en realidad, dicha caja no es negra, y hay más de una).
Gran parte de este miedo irracional hacia los vuelos comerciales reside en cómo los medios de comunicación presentan los accidentes de avión: sencillamente emplean tantas páginas en hablar de los accidentes y tan pocas a la ausencia de accidentes, que da la impresión de que cada día cae un avión a plomo. Pero no es así.
De hecho, un ejemplo de prensa que presentó una noticia halagüeña al respecto resulta muy elocuente: el 12 de enero de 2009, a primera página, el diario USA Today titulaba: “Las líneas aéreas cumplen dos años sin víctimas.”. Es decir, que a pesar del progresivo aumento del número de vuelos, durante los años 2007 y 2008 no hubo ni un solo fallecido por accidente de tráfico.
Es todo un hito, porque desde el año 1958 solo se ha logrado pasar un año entero sin accidentes mortales en cuatro ocasiones. Con todo, aún así, dada la enormidad de vuelos comerciales que se producen cada día, las probabilidades de morir son remotísimas. No tanto de tener un accidente, pero algo que quizá no sabe la mayoría de la gente es que la mayor parte de los accidentes aéreos de pasajeros se saldan sin victimas.
Según Arnold Barnett, profesor del MIT, un niño estadounidense tiene más probabilidades de ser escogido presidente de su país en algún momento de su vida que morir en un avión de pasajeros.
Steven Johnson abunda en ello en su libro Futuro perfecto:
Pongamos como ejemplo una anécdota que demuestra cuánto hemos avanzado: en 1964 muchos aeropuertos, a pocos pasos del kiosco donde seguramente se vendería aquel ejemplar de Popular Science, tenían una mini-oficina donde uno podía contratar a toda prisa un seguro de vida antes de subirse al avión. La verdad es que no daba muchos ánimos verla allí, pero tenía su sentido: la posibilidad de morir en un accidente de vuelo era una entre un millón. Hoy es cien veces más alta. Si a velocidad de los vuelos hubiera crecido en la misma proporción, ahora tardaríamos unos cinco minutos en ir de París a Londres.
En el campo de la seguridad aeronáutica se conoce como Q: riesgo de morir en un vuelo elegido de manera aleatoria, y cuando os subáis al próximo vuelo nacional, vuestras probabilidades de morir (el Q) serán de una entre 60 millones. Eso significa que podríais volar cada día durante los próximos 164.000 años antes de perecer en un accidente de aviación.
Para que os hagáis una idea con más perspectiva de estas cifras, el Q en un viaje en coche es alrededor de 1 entre 9 millones, casi 7 veces que el riesgo de morir en un vuelo nacional, tal y como afirma Ben Sherwood en su libro El club de los supervivientes.
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