Hay mucha gente que le tiene fobia a volar, pero casi nadie le tiene miedo a su bañera. Las tormentas nos aterrorizan, pero no ocurre así con los huesos de pollo. Y siempre decimos a nuestros hijos que tengan cuidado al salir a la calle, pero en casa disponemos de grandes generadores de accidentes (y muertes): las bañeras, los huesos de pollo y, por supuesto, las maléficas escaleras. Quizás la parte de la casa, ésta última, que más accidentes provoca de toda la casa (si nuestra casa dispone de escaleras, claro).
Según el Departamento de Comercio e Industria británico, en 2002 se produjeron, solo en el país, 306.166 accidentes por culpa de escaleras, tan graves que requirieron atención médica.
Pero no le tenemos miedo a las escaleras. Podéis leer más sobre este efecto psicológico en Avalanchas de rarezas: posibilidades matemáticas de morir y un largo análisis de cómo la falta de información sobre lo que verdaderamente es peligroso y no lo es tanto produce un despilfarro de recursos que nos afecta negativamente a todos en: El miedo infundado al terrorismo, los accidentes de tráfico, la violencia de género y otros hechos matemáticamente improbables (I).
Según un estudio de un investigador del MIT, John A. Templer, titulado The Staircase: Studies of Hazards, Falls and Safer Desing, las cifras reales de caídas de escaleras están muy infravaloradas en general: son una causa de muerte accidental que supera en mucho a las muertes por ahogamiento, o quemaduras. Y a pesar de ello, se dedican muchos recursos a la prevención e investigación de incendios (y otros asuntos que nos dan miedo) pero apenas nada a la comprensión o prevención de caídas.
Según los escalofriantes datos que aporta Bill Bryson en su libro En casa:
Todo el mundo tropieza por las escaleras en un momento u otro. Se ha calculado que existe la probabilidad de poner mal el pie en un peldaño una de cada 2.222 veces que utilizamos una escalera, de sufrir un accidente leve una de cada 63.000 veces, un accidente doloroso una de cada 734.000 y de necesitar atención hospitalaria una de cada 3.616.667 veces.
El 84 % de las personas que mueren como consecuencia de caídas en las escaleras de casa son mayores de sesenta y cinco años. Y no es tanto porque los ancianos no vayan con más cuidado cuando suben y bajan escaleras, como porque no se levantan bien después de la caída. Los niños, por suerte, rara vez mueren como consecuencia de caídas de escaleras, aunque las casas con niños pequeños son las que presentan porcentajes de lesiones más elevados, en parte porque utilizan mucho las escaleras y en parte debido a las cosas de todo tipo que los niños dejan en los peldaños. Los solteros presentan más probabilidades de caer que los casados, y las personas que en su día estuvieron casadas caen más que los integrantes de los dos grupos anteriores. La gente en buena forma cae más a menudo que la gente con mala condición física, en gran parte porque dan más saltos y no bajan con tanto cuidado ni realizando tantas pausas como los rechonchos o los enfermizos.
De este modo, la escalera se antoja tan peligrosa ahora que la analizamos que empieza a convertirse en un objeto extraño, complicado, de los que requieren habilidades motoras sobresalientes para su uso, otorgándole así un sentido especial a aquel texto irónico de Julio Cortázar titulado Instrucciones para subir una escalera:
Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se situó un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegando en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.
Sin embargo, el problema no es solo nuestro. Ni siquiera con estas explícitas instrucciones dejaríamos de tener accidentes con las escaleras. El diseño de una escalera tiene mucho que ver, como veremos en la segunda entrega de esta serie de artículos sobre el peligro (ignorado) de las escaleras.