Lo descubrí en mi viaje al City Lights Books, una librería con mucha historia (contracultura, alcohol y mala vida) pegada al Chinatown de San Francisco.
Es la trascedencia del número 23. Los defensores de la importancia de este número dicen que es un número que tenemos marcado dentro de nuestro cuerpo, porque los humanos poseemos 23 vértebras, porque nuestro ADN está dividido en 23 pares de cromosomas (y el par número 23 define el sexo), porque la misma cadena de ADN de un giro completo cada 23 unidades de medida (angstroms), porque la sangre tarda 23 segundos en recorrer nuestro cuerpo.
A nivel matemático, el 23 también tiene su relevancia: 23 es el primo más pequeño para el que la suma de los cuadrados de sus dígitos es también un primo impar y 23 es el entero más grande que no es la suma de potencias distintas.
¿Pero qué tiene que ver el 23 con la City Lights Books? William S. Burroughs, uno de los apóstoles de la contracultura de los años 60, fue un escritor obsesionado sobremanera con el número 23 (y también pertenecía a la generación Beat, en parte promovida en la City Lights Books). Un número que ya contaba con toda una legión de seguidores (como ya demostró el estreno de una película reciente de Jim Carrey precisamente titulada El número 23). Al parecer, Burroughs conoció en un ferry a un tal capitán Clark, que le contó a Burroughs que navegar de una orilla a otra había sido su ocupación durante 23 años y que nunca había tenido un accidente. Ese mismo día el ferry naufragó muriendo él y todos los ocupantes.
Esa misma noche, Burroughs oyó por la radio que un avión que volaba de Nueva York a Miami se había estrellado. El capitán del avión se apellidaba Clark y el vuelo era el número 23.
En la City Light Books pude ver una foto de su jeto un poco trastornado.
Obviamente, estas correlaciones no tienen demasiado valor. Si nos ponemos a buscar, seguro que encontraremos correlaciones igualmente asombrosas con otros números. Incluso una simple bicicleta puede ser algo sobrenatural si la observamos bajo esta clase de óptica, tal y como señala el matemático John Allen Paulos en su libro Elogio a la irreligión, que propuso una teoría sobre las propiedades metafísicas de las bicicletas holandesas:
De Jager, entusiasta de la bici, encontró que el cuadrado del diámetro del pedal de su bicicleta multiplicado por la raíz cuadrada del producto de los diámetros del timbre y del faro daba 1836, que es la razón entre las masas del protón y del electrón. Dicho sea de paso, la razón entre las alturas de la torre Sears de Chicago y el edificio Woolworth de Nueva York comparte las mismas cuatro primeras cifras significativas (1,836).
Algo similar a lo que sucede con las medidas de las pirámides egipcias, que tienen profundas implicaciones numerológicas para los amigos del misterio. Tal como refiere Mario Livio en su libro La proporción áurea, la pirámide puede parecer que cumple unas medidas de algún modo trascendentes. Obviando las falsificaciones de los resultados obtenidos por algunos arqueólogos y amigos de lo paranormal, en la pirámide es innegable cierta obsesión pitagórica por el número 5.
Porque la pirámide, por supuesto, tiene 5 esquinas y 5 lados (contando la base). Que el codo sagrado tenía unas 25 (5 al cuadrado) pulgadas (o, para ser exactos, 25 pulgadas de la pirámide). Que la pulgada de la pirámide era 500 millones de veces el eje polar de la Tierra. Y así en sucesivamente. Pero Mario Livio añade a continuación un divertido ejemplo que el escritor Martin Gardner incluía en su obra Fads and Fallacies in the Name of Science, a fin de demostrar la absurdidad de esta clase de análisis presuntamente trascendentes:
Si uno busca los datos del Monumento a Washington en el World Alamanac, encontrará numerosas referencias al 5. Su altura es de 555 pies y 5 pulgadas. La base tiene 55 pies cuadrados y las ventanas están situadas a 500 pies de la base. Si multiplicamos la base por 60 (o 5 veces el número de meses del año) obtendremos 3.300, el peso exacto en libras de la piedra que corona el edificio. Además, la palabra “Washington” tiene exactamente diez letras (dos veces cinco). Y si multiplicamos el peso de la piedra que corona el edificio por la base del mismo, el resultado es 181.500, una aproximación bastante precisa de la velocidad de la luz en millas por segundo.
En el punto ágido de su carrera, el profesor John Nash Jr. también interrumpió una conferencia para anunciar que una foto de Juan XXIII en la cubierta de la revista LIFE era en realidad Nash disfrazado y que sabía esto porque el 23 era su número primo favorito. Cada loco con su tema.
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