El islandés es un idioma fascinante, no solo para las matemáticas. Por ejemplo, para crear imágenes poéticas no hay otro idioma más sugerente. Es el caso de las kenningar, construcciones poéticas que abundan en las sagas y los poemas épicos que forman parte del cuerpo literario medieval islandés y noruego. Por ejemplo, para referirse a la lengua decían “espada de la boca”. El mar era el “prado de la gaviota”. La espada era la “vara de la ira”. El barco era el “potro de la ola”.
Los títulos de la saga de fantasía épica Canción de hielo y fuego, de George R. Martin (que ahora vemos en televisión bajo el título Juego de tronos), son kenningar. Por ejemplo: Festín de cuervos (un cadáver) o Tormenta de espadas (una batalla). El título de El señor de los anillos, de Tolkien, también parecería ser una kenningar: un señor de los anillos era un rey, no porque llevara un puñado de anillos en sus dedos, sino porque los príncipes nórdicos obsequiaban anillos como recompensa por triunfos militares a sus lugarteniente.
Pero volvamos a las matemáticas. Si por ejemplo le preguntamos a un islandés qué viene después del tres, responderá "¿tres qué"? Porque un cuatro puede decirse como fjórar o fjórir. Ambos términos significan cuatro. Tal y como lo explica Daniel Tammet en su libro La poesía de los números:
Los islandeses aplican una distinción extremadamente sutil a las cantidades más pequeñas. "Cuatro" ovejas son algo distinto a "cuatro", la palabra para contar en abstracto. A ningún campesino de Hverageroi se le ocurriría contar ovejas en abstracto; ni tampoco a su esposa, a su hijo, al sacerdote o al vecino. Poner las dos palabras juntas (como se haría en un manual de conversación) no tendría para ellos ningún sentido.
En función de lo que contemos, pues, los números tienen uno u otro término. Por ejemplo, un niño que cumple dos años tiene tveggja años. Pero la palabra adecuada para decir dos es tveir. Como si los años fueran un objeto tangible. Si el niño tiene cuatro años, entonces fjögurra.
Pero si queremos decir que dos en el contexto de segunda hora, que son las dos de la tarde, por ejemplo, hay que decir tvö. El autobús número cuatro no es una palabara para refrirnos a autobús y otra para cuatro, sino el término fjarkiis.
Tercer ejemplo, los pares, de pantalones, calcetines o zapatos. En este caso, los islandeses consideran "uno" como un plural: einar par de pantalones, en lugar de einn que indica la guía de conversación.
Para explicar por qué los islandeses tienen tantas palabras para desginar los números, Tammet ofrce su propia teoría en su libro:
Mi teoría es que en inglés los números se consideran algo más o menos etéreo, son categorías, no cualidades. Y no es ese caso con las cifras más pequeñas en islandés. Así, podríamos comparar sus diferentes versiones de uno, dos, tres y cuatro con los matices con que escribimos los colores. En nuestro idioma, la palabra "rojo" es abstracta, indiferente al objeto al que acompaña, mientras que palabras como "carmesí", "escarlata" y "púrpura" poseen matices de significado muy concreto que condicionan su uso.
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