Quisiera reprimir mi espíritu de pitufo gruñón, pero en esta ocasión me resulta totalmente imposible. No quisiera sobreintelectualizar ni convertir lo simple en abstruso cuando el objeto de glosa es sólo un programa de entretenimiento, pero me resulta totalmente imposible. Yo también disfruto de cutreces como la canción Jump de Van Halen o las pelis de Paco Martínez Soria, pero hay cutreces y cutreces. Y el concurso de televisión “Allá tú” (en inglés, “Deal or No Deal”) pertenece a este segundo tipo de cutrez. A la cutrez virulenta.
Tanto para participar como para visionar este programa es innecesario que haya actividad raquídea: puedes estar lobotomizado y disfrutar por igual. Pero la cuestión crucial es que hay muchos participantes, y también muchos telespectadores. Las participantes femeninas suelen ser todo sonrisas cálcicas y posturitas de maniquí del Berksha (los que no tienen cabeza); los participantes suelen ser culturetas (de gimnasio) que llevan camisetas ceñidas para marcar músculo y se creen Chuck Norris.
Vale, ya me he desahogado, ya lo dejo o, al final, sólo conseguiré una úlcera. La cuestión es: ¿por qué? El concurso tiene un desarrollo más elemental que el parchís, tal que así:
El participante sólo debe ir abriendo 27 cajas cerradas, cada uno de los cuales contiene cantidades diferentes de dinero en metálico, desde un euro hasta muchos miles de euros. Sin conocer la cantidad de dinero de ninguna de las cajas, el concursante escogerá uno, que acto seguido se guardará en una caja de seguridad (su contenido no se revelará hasta el final). En un proceso de eliminación, el concursante va abriendo cajas, y así se va haciendo una idea de cuánto dinero hay en la caja que ha escogido. De vez en cuando, la banca ofrece contraofertas para tentar al concursante, que deberá aceptar el dinero ofrecido u optar por seguir jugando para quedarse con la caja escogida al principio.
No hay más, abres cajas. Y una simple operación matemática permitiría saber qué hacer cada vez que el banquero te contraoferta una cantidad. Todo depende de la suerte, no hay cajas con mayor probabilidad de éxito, ni las pares ni las impares, ni las gestionadas por chicas guapas o menos guapas. Y entonces llega la operación matemática:
Existen dos formas de tomar esta decisión. Si el concursante tuviera una calculado a mano, podría comparar rápidamente la cantidad promedio de dinero que cabría esperar para superar la oferta del banquero. Por ejemplo, si quedaran tres maletines, uno con 1 dólar, otro con 10.000 y otro con 500.000, el jugador debería aceptar, al menos en teoría, cualquier oferta superior a los 170.000 dólares, pues éste es el promedio de los tres maletines.
Si el jugador jugara de este modo, lo haría de una forma totalmente racional. Y el programa tampoco tendría sentido, ni emoción, ni audiencia: no es divertido contemplar a personas resolviendo operaciones aritméticas; lo divertido es lo inesperado. El programa atrae a tantos telespectadores porque, a pesar de ser muy simple, la inmensa mayoría de los concursantes no toman decisiones basándose en las matemáticas.
La ignorancia matemática del telespectador, pues, provoca que el programa “Allá tú” sea uno de los concursos televisivos más populares de la historia, y que haya sido emitido en más de 45 países del mundo. La ignorancia matemática permite hacer mil cábalas, buscar patrones y, sobre todo, sentir inesperadas sorpresas, lo cual hace que la dopamina corra por nuestro cerebro. Ésa es la razón de su éxito: la ignorancia matemática agitada en la coctelera de la dopamina.
La dopamina también es el causante de que tengan tanto éxito otros juegos de azar, u otros programas de televisión, como la serie Perdidos, jalonada de giros de tuerca inesperados.
En fin, que allá tu…
Vía | Cómo decidimos de Jonah Leherer