Todos hemos jugado alguna vez al “piedra, papel o tijera”, ya sea por simple pasatiempo o como forma de escoger a quién le tocaba llevar a cabo una tarea muy poco apetecible (como se usa generalmente el juego de la pajita más corta).
El juego, además, es bastante universal. Podemos verlo en películas americanas, en dibujos animados japoneses, y en cualquier país europeo. “Piedra, papel o tijera”, en Japón, se llama Jan-ken-pon; en California, Ro-sham-bo, en Corea, Kai-bai-bo, en Sudáfrica, Ching-chong-cha.
A estas alturas, pues, uno se pregunta por qué el “Piedra, papel o tijera” no se convierte en especialidad olímpica. Sobre todo cuando hay tipos que usan diversas tretas, tanto matemáticas como psicológicas, para convertirse en grandes jugadores.
Es el caso de La Roca. No, no es el protagonista de músculos hipertrofiados de recientes blockbusters hollywoodienses, sino Bob Cooper, un londinense que incluso puede pasar varias horas frente al espejo entrenando su técnica.
Dado que ganar al Piedra, papel o tijera es completamente aleatorio, porque nunca sabes qué hará tu contrincante y, en principio, resulta imposible adelantarse a él, el quid de la cuestión reside en jugar de forma lo más aleatoria posible, sin seguir patrones. Algo que se nos da francamente mal, habida cuenta de que tendemos a seguir patrones o a elaborar patrones con todo. Si os interesa el tema: Comprando números aleatorios a granel.
La estrategia de elegir al azar proporciona simplemente una posibilidad equilibrada de ganar. Como lanzar una moneda al aire para escoger cara o cruz. Esta estrategia sería puramente matemática. Pero también pueden usarse tretas psicológicas. Por ejemplo, el pseudónimo “La Roca” sin duda sugiere a sus contrincantes que usará la piedra con más frecuencia que las tijeras o el papel, cuando en realidad La Roca no lo hace.
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