Regularmente se reactiva el debate de la eutanasia, sobre todo en el ámbito médico u hospitalario. No es mi intención señalar aquí mi opinión o profundizar demasiado en este dilema, aunque sí avanzaré que los tiros van la dirección señalada por el artículo Una visión científica sobre el aborto (I), (II), (III) y (y IV).
Lo que sí haré es apuntar algunos errores comunes a fin de iniciar un debate que espero que vosotros enriquezcáis en los comentarios.
La primera vez que me puse a pensar en serio en la eutanasia fue en el instituto, en clase de ética, cuando el profesor nos manifestó que la eutanasia era inmoral porque la vida no nos pertenece a nosotros. Nuestra vida, según él, pertenece a la sociedad, pues la sociedad ha invertido en que nos desarrollemos en la misma: lo mínimo que podemos hacer es sobrevivir para devolverle lo entregado.
Ya entonces este argumento me parecía endeble. Con los años, sencillamente lo catalogo de falacia: ¿acaso alguien decide entrar en este juego de contraprestaciones?
Otra falacia más sutil, empleada sobre todo por personas que son víctimas de enfermedades dolorosas, incurables o letales en un corto espacio de tiempo (o los familiares de las mismas), consideran que el suicidarse cuando uno se encuentra en estas tesituras, devalúa de algún modo el valor de sus vidas. Es decir, que el caso de Ramón San Pedro está diciendo tácitamente que la vida de una persona discapacitada no es digna de ser vivida.
En otras palabras: si el Estado o los médicos facilitan demasiado que la gente pueda acabar con su vida, aquéllos cuya enfermedad les hace depender de otros quizá pueden tener la creciente sensación de que suponen una injusta carga para los demás, y optar por morir, cuando en realidad no es lo que desean.
Aquí se comete la llamada falacia existencialista, o la falacia habla por ti. A muchos les convence esta lógica, aunque sea errónea, debido a varias razones que señala el filósofo Julian Baggini:
Son varias posibilidades. Una es que la gente asume que debe haber respuestas fácticas objetivas a las preguntas acerca de la santidad de la vida. Un cierto tipo de vida debe ser digna o no serlo. Si esa asunción fuese correcta, entonces sería cierto que cualquiera que decidiera que su vida no merecía la pena estaría diciendo en efecto lo mismo de todas las clases similares de vida. Pero ésta no es en absoluto la única manera de enfocar el problema. La alternativa consiste en decir que el valor de la vida es al menos parcialmente subjetivo, y que somos libres para determinar si, en nuestro caso, la vida es o no digna de ser vivida. Quien toma una decisión basada en este supuesto no es culpable de decir que lo que es cierto para él o ella es cierto para los demás.
En resumidas cuentas: cuando alguien toma la decisión de acabar con su vida porque ésta no alcanza los niveles mínimos que considera dignos para ella, esto implica que otros tienen derecho a hacer lo mismo si lo consideran apropiado, no que deberían hacerlo. Si confundimos ambas cosas, entonces cometemos la falacia.
En cualquier caso: ¿el valor de la vida puede decidirse por nosotros mismos o es una cuestión objetiva e indiscutible?
Ahora tenéis vosotros la palabra.
Vía | ¿Se creen que somos tontos? de Julian Baggini