El botiquín de nuestra casa (IV): Tiritas

Las tiritas ya son un elemento imprescindible en cualquier botiquín. Hasta ya las venden customizadas con los dibujos de nuestros personajes favoritos. Pero ¿cuál es el origen de este invento aparentemente sencillo?

Como decíamos en el artículo anterior de esta serie sobre el botiquín de nuestra casa, el inventor del Listerine acudió a un Congreso Médico de Filadelfia celebrado en 1876 y quedó impresionado por la teoría de los gérmenes elaborada por sir Joseph Lister. No fue el único, por allí también estaba el farmacéutico Robert Johnson, que también salió conmocionado de la conferencia.

(Sí, Lister no sólo fue el inductor del Listerine, sino de las tiritas).

Junto a sus hermanos, Johnson fundó la compañía Johnson & Johnson a mediados de la década de 1880 que empezó a fabricar unas vendas de algodón y gasa, de gran tamaño, que podían ser enviados a cualquier hospital o al campo de batalla conservando tu esterilidad.

Fue en 1920 cuando James Johnson, presidente de la firma, oyó hablar de un pequeño vendaje casero ideado por uno de sus empleados, Earle Dickson. El problema de Dickson es que tenía una mujer muy patosa, y casi siempre se estaba haciendo heridas o sufría accidentes domésticos. Dickson no quería ir vendándola con los grandes vendajes de la empresa porque las heridas eran muy leves… y no le seducía la idea de estar casado con la momia.

Así que Dickson usó un paquete pequeño de algodón y gasa estériles de la empresa, situándolo en el centro de una tira adhesiva. Su jefe vio el invento y se le iluminó la bombilla. W. Johnson Kenyon, uno de los directores de la fábrica que la empresa tenía en Nueva Brunswick, fue el que sugirió el nombre Brand-Aid, que con el tiempo se convertiría en el término genérico para estos pequeños vendajes.

Los primeros se construyeron a mano, siguiendo un sistema de trabajo en cadena.

Las ventas no fueron demasiado importantes. Algo fallaba. La gente no parecía encontrarle gran utilidad a aquellas vendas para heridas pequeñas, porque las heridas pequeñas, creían, no revestían gravedad.

Sin embargo, todo cambió a raíz de las ingeniosas campañas de marketing. La más importante de ellas fue la de distribuir gratuitamente un número ilimitado de tiritas en los campamentos de Boy Scouts de todo el país, así como entre los carniceros locales.

En 1924 se fabricaban ya mecánicamente, en la medida de tres pulgadas de longitud por tres cuartos de pulgada de anchura. Cuatro años más tarde, el público pudo adquirir tiritas con orificios de ventilación de la gasa, para incrementar la circulación del aire y acelerar la cicatrización.

¿Y qué fue de Dickson y su mujer que tendía a herirse continuamente? Pues Dickson se hizo rico, llegó a ser vicepresidente y miembro del consejo de dirección…y supongo que siempre estuvo agradecido a Dios de que su mujer fuera tan, tan patosa.

Vía | Las cosas nuestras de cada día de Charles Panati

Portada de Xataka Ciencia