A principios de 1990, Dennis Culhane, estudiante de posgrado de la Universidad de Boston, vivió en un albergue social de Filadelfia durante siete semanas. No lo hizo por verdadera necesidad, sino como parte de la investigación que llevó a cabo para su tesis doctoral.
Culhane regresó a aquel albergue unos meses después y se dio cuenta de algo sorprendente: ya no estaba ninguna de las personas con las que había coincidido durante su estancia.
Ello le motivó para realizar una base de datos que recopilara todas las entradas y salidas del albergue. La base de datos le confirmó sus sospechas: no había una distribución normal desde el punto de vista estadístico sino que se reflejaba una ley potencial. El propio Culhane declaró:
Encontramos que el 80 por ciento de los sin techo entraban y salían rápidamente. En Filadelfia el tiempo de estancia más común es un día. Y el segundo más común es de dos días. Y nunca vuelven. Cualquiera que haya tenido que pernoctar alguna vez en un albergue sabe que allí no se piensa más que en cómo asegurarse de no volver.
¿Y el 20 % restante? Pues un 10 % eran visitantes episódicos: aparecían durante unos días o semanas y luego desaparecían para volver de nuevo otro corto espacio de tiempo: la mayoría eran jóvenes y toxicómanos. El otro 10 % correspondía eran los usuarios crónicos: vivían en los albergues, a veces durante años. Eran los usuarios más mayores.
Cuando pensamos en los sin techo como problema social, en la gente que duerme en la calle, mendiga agresivamente, se droga en un portal y se reúne en las galerías del metro o debajo de los puentes, éste es el grupo que tenemos en mente. A principios de los años noventa, los datos de Culhane sugerían que en la ciudad de Nueva York había habido un cuarto de millón de personas sin hogar a lo largo del lustro anterior, lo cual era una cifra sorprendentemente alta. Pero sólo unos dos mil quinientos eran desahuciados crónicos.
¿Cuánto dinero le cuesta a Nueva York las asistencias médicas y los servicios sociales de estos indigentes crónicos? 62 millones de dólares, según Culhane. 62 millones para sólo 2.500 personas. Así pues, las sumas de dinero invertidas para atender a los indigentes tal vez estén siendo mayores de lo que costaría solucionar el problema de raíz, eliminando la lacra. Porque los indigentes crónicos son casos difíciles, tal y como reflejan los siguientes datos:
El Programa Bostoniano de Asistencia Médica para Personas sin Hogar, una acción de servicio a los sin techo desarrollada en la ciudad de Boston, ha examinado recientemente los gastos médicos de ciento diecinueve desahuciados crónicos. En el transcurso de cinco años, treinta y tres de ellos murieron y otros siete fueron enviados a geriátricos. A este grupo todavía le correspondían 18.834 visitas a la sala de urgencias, con un coste mínimo de 1.000 dólares por visita. El Centro Médico de la Universidad de California en San Diego hizo un seguimiento de quince borrachos crónicos sin hogar y encontró que, en poco más de dieciocho meses, aquellas quince personas habían recibido tratamiento en una urgencia hospitalaria un total de 417 veces, acumulando facturas impagadas que ascendían a un promedio de 100.000 dólares por cada uno. Una persona había estado en urgencias en urgencias ochenta y siete veces en año y medio.
¿Qué conclusión podemos extraer de estos datos? Lo veremos en la tercera y última entrega de este artículo.
Vía | ¿Se creen que somos tontos? de Julian Baggini y Lo que vio el perro de Malcolm Gladwell