Los datos referidos en la anterior entrega de este artículo nos indican que el problema de la mendicidad de las ciudades, en realidad, pivota en un puñado relativamente pequeño de casos difíciles. Es decir, que el problema de la indigencia está extraordinariamente concentrado. Y cuando un problema está concentrado, es más fácil de resolver.
El mayor obstáculo, sin embargo, es que este número tan pequeño de casos está constituido por personas con problemas muy difíciles de resolver. Alcohólicos con enfermedades hepáticas, infecciones complejas, enfermedades mentales, etc. Resolver todo eso requiere mucho dinero. Sin embargo, ya se está gastando mucho dinero ineficazmente.
En casos extremos, pues, parece más eficaz prestar una ayuda más completa y costosa, pero en menor plazo de tiempo: quizá asignando un apartamento propio, o una enfermera a jornada completa.
Esta idea fue aplicada con éxito por Philip Mangano, director ejecutivo del Consejo Estadounidense Interagencias para los Sin Techo desde 2002. Este grupo supervisa los programas de veinte organismos federales.
Entre otras cosas, Mangano instruye a las localidades locales sobre la verdadera curva estadística de los indigentes.
Limitarse a gestionar comedores y albergues, argumenta, sólo sirve para que los desahuciados crónicos sigan sin hogar. Uno construye un albergue o un comedor social si piensa que el desahucio es un problema con una media amplia, inmanejable. Pero si es un problema marginal, entonces puede erradicarse. Hasta ahora, Mangano ha convencido a más de doscientas ciudades de que reconsideren radicalmente sus políticas para con los sin techo.
Es decir, erradicar el problema de inmenso gasto económico de los indigentes quizá pasa por dirigirse a los casos más difícil, darles una llave y decirles que ya tienen apartamento, si lo quieren, aunque a priori nos parezca un gasto desproporcionado el regalarles un apartamento: a la larga puede resultar más costoso no hacerlo.
También tendemos a creer que la distribución de ventajas sociales no debería ser arbitraria. No se ayuda sólo a algunas madres pobres ni a un puñado arbitrariamente elegido de minusválidos de guerra. Se ayuda a todos aquellos que cumplen un criterio formal; y la credibilidad moral de las ayudas públicas se deriva, en parte, de esta universalidad. Pero el programa puesto en marcha en Denver no ayuda a todo indigente crónico de la ciudad. Hay una lista de espera de seiscientos aspirantes a integrar el programa de alojamiento subvencionado. Pasarán años antes de que todos ellos reciban dinero; y socorrer a todos un poquito (observar el principio de universalidad) no es tan rentable como ayudar mucho a unos pocos.
En definitiva, si las políticas de Mangano están en lo cierto y resultan realmente efectivas, la equidad no sería el paradigma moral (pues no solucionaría el problema de los indigentes) sino el uso inteligente de los recursos.
Vía | ¿Se creen que somos tontos? de Julian Baggini y Lo que vio el perro de Malcolm Gladwell