Emily Rosa era una niña de 9 años de Loveland, Colorado, que quería obtener una buena calificación en la asignatura de ciencias del colegio. Así que ideó un experimento para verificar la veracidad de una pseudociencia como trabajo.
El tratamiento de medicina alternativa que escogió someter a examen fue el Toque Terapéutico, porque Emily entendía que tenía poco sentido que la gente pudiera curarse simplemente porque alguien moviera sus manos rítmicamente por encina del cuerpo del paciente, a una distancia de entre 5 y 15 centímetros, con el fin de reequilibrar el campo magnético humano que supuestamente nos envuelve a todos.
Emily entendía que aceptar algo así suponía reescribir una buena cantidad de páginas de su libro de ciencias, así que creyó oportuno comprobar si realmente el Toque Terapéutico podría ser una revolución científica que acabara por otorgarle el Premio Nobel a su descubridora.
El experimento llevado a cabo por Emily acabó siendo portada en el New York Times del 1 de abril de 1998, y también fue publicado en el The Journal of the American Medical Association.
Pero ¿qué hizo exactamente?
Emily ideó un experimento simple para comprobar si los practicantes del Toque Terapéutico sienten realmente un “campo humano de energía”, tal como dicen. La terapeuta y Emily estaban sentadas a una mesa, una frente a la otra, separadas por una pantalla opaca, en cuya base se habían recortado dos agujeros. La terapeuta colocaba en ellos las manos, cubiertas por una toalla. Antes de cada serie de pruebas, se le daba un tiempo para que “se concentrara” o hiciera las preparaciones mentales que juzgara necesarias. Emily lanzaba una moneda al aire y, de acuerdo con el resultado, situaba su mano derecha o izquierda a unos diez centímetros por encima de una mano de la terapeuta. Entonces le preguntaba qué mano estaba más cerca de la suya; la terapeuta disponía del tiempo que quisiera para decidir.
Ya os imagináis el resultado del experimento. De las 280 pruebas con 21 terapeutas, el 44 % de las veces escogieron la opción correcta, un porcentaje ligeramente más bajo que el de la adivinación al azar.
Por supuesto, el experimento es un tanto ingenuo y criticable en algunos detalles (por ejemplo, el número de muestras es pequeño), pero resultaba asombrosamente agudo para tratarse de una estudiante de cuarto curso. Una niña de 9 años había parecido conducirse con más sentido común que miles de practicantes adultos del Toque Terapéutico.
Por supuesto, también se hicieron experimentos más rigurosos cuyos resultados fueron igualmente negativos. El Toque Terapéutico era una nueva charlatanería que era capaz de embaucar a personas con crédito académico pero escasa disciplina intelectual. Algo que debieron aprender de la pequeña Emily.
Vía | Más allá de las imposturas intelectuales de Alan Sokal