Rekha Murthy, epidemióloga del hospital Cerdas-Sinai en Los Ángeles, durante una comida de trabajo de la Comisión Asesora de la Dirección, hizo una propuesta que nadie se esperaba.
Entregó una placa de petri esterilizada con una capa esponjosa de agar a cada uno de los veinte miembros de la Comisión, la mayoría de ellos médicos importantes del hospital, y pidió hacerles un cultivo de sus manos.
Las imágenes resultantes fueron pavorosas. Todas las manos albergaban ricas colonias de bacterias que evidenciaban que no tenían las manos limpias… en una comida de trabajo.
Entonces la administración decidió instalar imágenes de aquellas huellas palmares como salvapantallas en todos los ordenadores del hospital. El cumplimiento en la higiene manual subió entonces hasta casi el 100 %.
La estrategia se copió en otros hospitales, obteniendo resultados parecidos.
Con todo, la situación continuaba siendo irónica. Se debía recordar continuamente a los médicos algo obvio y fácil de cumplir (lavarse las manos) cuyo incumplimiento suponía pagar un alto precio (la pérdida de una vida humana). La respuesta a esto tiene que ver con las externalidades.
Cuando un médico deja de lavarse las manos, la vida que se pone en peligro no es la suya propia. Es la de la siguiente paciente que trata, el que tiene la herida abierta o el sistema inmunitario en mal estado. Las bacterias peligrosas que el paciente recibe son una externalidad negativa de los actos del médico, lo mismo que la contaminación es una externalidad negativa de todo el que conduce un coche, sube el aire acondicionado o envía humo de carbón por una chimenea. El contaminador no tiene suficientes incentivos para no contaminar, y el médico no tiene suficientes incentivos para lavarse las manos. Esto es lo que hace que la ciencia del cambio de conducta sea tan difícil.
Vía | Superfreakonomics de Steven D. Levitt y Stephen J. Dubner