¿Qué os parece bucear entre neumáticos? A principios de 1970 se arrojaron sobre las costas de Fort Lauderdale, en Florida, alrededor de dos millones de neumáticos con el propósito de crear un arrecife.
La creación de arrecifes artificiales es un recurso bastante frecuente empleado para regenerar la vida submarina. Normalmente se usan bloques de hormigón o estructuras de acero, incluso barcos fuera de circulación que se hunden expresamente. U otras cosas similares, como sucede en Nueva Jersey, que desde 1990 está arrojando vagones de metro frente a la costa.
Pero en Fort Lauderdale debía de haber un excedente de ruedas y optaron por darles un uso ecológico. El proyecto, sin embargo, salió rana: no se puede obligar a la naturaleza a comulgar con ruedas de molino (o de caucho, para ser más precisos). Así que, en vez de promover la vida marina, el invento la está destruyendo, pues el oleaje de las tormentas provoca que los neumáticos actúen como proyectiles que arrasan con violencia los arrecifes naturales.
Las corrientes también arrastran muchos de los neumáticos hasta la playa, con lo cual a veces es difícil encontrar un hueco libre para tumbarse a tomar el sol entre tanta rueda: a no ser que decidáis usar una como improvisada butaca o seáis un hermano gemelo del muñeco de Michelín. Si os animáis a enchufaros el snorkel, sumergíos en esta curiosa playa y contemplaréis 15 hectáreas de fondo oceánico cubierto rosquillas neumáticas, una jungla de caucho.
Este experimento fallido me recuerda a uno mucho más reciente, en el cual, en vez de arrojar neumáticos, se arrojaron 400.000 bolas negras de plástico sobre las aguas del embalse Ivanhoe, que abastece de agua potable a más de medio millón de habitantes del sur de Los Ángeles.
Esta suerte de gigantesca piscina de bolas, propio de un chiqui-park, tenía como propósito el proteger el lago de la luz del sol, cuya incidencia había originado la aparición de sustancias contaminantes, concretamente bromato, una sustancia cancerígena que se produce cuando el bromuro y el cloro entran en contacto con la luz solar. Ahora las bolas forman una mancha negra que recuerda al chapapote de las playas de Galicia y funcionan como esos parasoles de cartón que ponemos en las lunas traseras y delanteras del coche para evitar que el interior se parezca a una sauna turca. Es decir, reflejan la luz solar.
Las bolas fueron arrojadas sincronizadamente por un puñado de trabajadores que portaban sendos bolsones de nylon de 2.000 bolas cada uno.
Vía | El baúl de Josete