Calgary posee el clima más inestable del mundo a lo largo del año. La ciudad de Calgary se encuentra en la provincia de Alberta, Canadá. Es la tercera ciudad de Canadá en términos de población: en 2008, su censo era de 1.042.892 habitantes. Es un destino muy popular para los deportes de invierno; en 1988 se convirtió en la primera ciudad canadiense en acoger los Juegos Olímpicos de Invierno. Según una encuesta realizada por la revista Forbes en 2007, Calgary también fue calificada como la ciudad más limpia.
Pero Calgary también guarda muchas sorpresas climatológicas. Imaginaos el siguiente escenario. Estáis paseando por Calgary en un día soleado, espléndido, casi podéis ir en manga corta, los pájaros cantan, la gente parece alegre y despreocupada, y de repente, sin previo aviso, la temperatura desciende bruscamente 15 grados.
Empiezáis a tiritar de frío, pero por suerte lleváis una chaqueta anudada a la cintura. Entonces empieza a llover torrencialmente y maldecís el instante en que os dejasteis el paraguas en casa. Pero antes de que llegueis a casa, todavía tendréis que lidiar con una tempestad de granizo. Como si fuerais el hombre del tiempo experimentando todo lo que predice a lo largo de un año, de manera secuencial, y en un solo día.
El Calgary es natural que la temperatura descienda de los 16 Cº a los –2 Cº en sólo 6 horas. Uno podría pensar que Calgary ha sido víctima de alguna clase de maldición, como esas nubes individuales que no dejan de descargar agua sobre la cabeza de un personaje de dibujos animados. Pero lo cierto es que el clima excéntrico de Calgary es consecuencia de su especial situación geográfica.
Calgary está enclavado a sólo 80 kilómetros de las Montañas Rocosas y se halla a unos 1.000 metros por encima del nivel del mar, por lo que su clima está muy influido por la elevación de la ciudad y la proximidad al cordón montañoso. Sobre Calgary también sopla un extraño viento procedente del Océano Pacífico, el chinook.
Este viento puede provocar que la temperatura suba de repente más de 15 Cº y también puede durar varios días, haciendo que incluso la temperatura invernal alcance los 20 Cº. Pero al dejar de soplar, entonces se pueden producir tempestades de nieve, o hasta nevadas en pleno verano. El chinook es tiene unos efectos tan asombrosos en el ambiente que hasta se han escrito novelas en las que se les otorgaba unos orígenes fantásticos: en Rootabaga Stories (1922) de Carl Sandburg se habla de un remoto lugar del Canadá, Medicine Hat (que no debe confundirse con el Medicine Hat de Alberta, Canadá), que se encuentra cerca del río Saskatchewan, donde se originan las ventiscas y el chinook bajo la batuta de el Gran Vigía de los Hacedores de Tiempo, que está sentado en un taburete sobre una alta torre sobre una alta colina.
Y es que no hay que olvidar que el viento puede influir incluso en la cordura de la gente, a los llamados “meteosensibles“, según los psiquiatras. La explicación técnica es que el viento origina fuertes variaciones en la polaridad e intensidad de la carga iónica de la atmósfera, alterando así la actividad neurotransmisora central. El transtorno más conocido provocado por el viento se conoce como efecto Fohen, que describe las consecuencias de los vientos del desierto. Los vientos huracanados en general, al parecer, también tienen cierto correlato con el índice de suicidios de la zona donde inciden. En ese sentido, Calgary es algo así como una ciudad atmosféricamente ciclotímica o bipolar.
Para añadir más pirotecnia a Calgary, la ciudad se halla al borde del “corredor de granizo de Alberta”, con lo cual las granizadas pueden ser de órdago, capaces de destruir por completo el mobiliario urbano: la más cruenta ocurrió en septiembre de 1991 y se considera como una de las catástrofes naturales más destructoras de la historia de Canadá.
Así pues, el clima de Calgary es tan cambiante y agresivo que recuerda al temperamento de un individuo con trastorno bipolar. Su récord de temperatura mínima fue registrada en 1893 (–45 Cº) y su récord de temperatura máxima en 1919 (36 Cº).
Ya sabéis. Si queréis pasarlo en grande, al menos climatológicamente hablando, como si fuerais Jack Bauer en una versión meteorológica de 24, no os lo penséis: Calgary.
Como postilla, cabe añadir que el ser humano ha tenido especial predilección en asociar las catástrofes naturales con los fenómenos sobrenaturales, fantásticos, malditos, producto de dioses caprichosos. Lo explica así Christopher Hitchens en su ensayo sobre religiones Dios no es bueno:
Esto mismo vale para las ocasiones en las que las leyes de la naturaleza quedan aparentemente en suspenso sin producir gozo o consuelo aparente. Las catástrofes naturales no son en realidad una violación de las leyes de la naturaleza, sino que más bien forman parte de las inevitables fluctuaciones propias de la misma, si bien se han utilizado siempre para amedrentar a los crédulos con el poder de la desaprobación de dios. Los primeros cristianos, que se desenvolvían en zonas del Asia Menor en las que los terremotos eran y son frecuentes, congregaban a multitudes cuando un templo pagano se derrumbaba y las urgían a convertirse mientras quedara tiempo para hacerlo. La colosal erupción volcánica del Krakatoa a finales del siglo XIX provocó un inmenso viraje hacia el Islam entre la aterrorizada población Indonesia. Todos los libros sagrados hablan con impaciencia de inundaciones, huracanes, rayos y demás augurios. Tras el terrible tsunami de 2005, y después de la inundación de Nueva Orleáns en 2006, hombres bastante serios y cultos como el arzobispo de Canterbury se rebajaron a la altura de los campesinos estupefactos cuando se rompían la cabeza en público para interpretar en aquellos hechos cuál era la voluntad de dios.
Vía | Dios no es bueno de Christopher Hitchens