La concentración de los contaminantes se reduce al dispersarse éstos en la atmósfera, proceso que depende de factores climatológicos como la temperatura, la velocidad del viento, el movimiento de sistemas de altas y bajas presiones y la interacción de éstos con la topografía local, por ejemplo las montañas y valles.
La temperatura suele decrecer con la altitud, pero cuando una capa de aire frío se asienta bajo una capa de aire caliente produciendo una inversión térmica, la mezcla atmosférica se retarda y los contaminantes se acumulan cerca del suelo. Las inversiones pueden ser duraderas bajo un sistema estacionario de altas presiones unido a una baja velocidad del viento, como está pasando en ciudades como Madrid o Barcelona.
Un periodo de tan sólo tres días de escasa mezcla atmosférica puede llevar a concentraciones elevadas de productos peligrosos en áreas de alta contaminación y, en casos extremos, producir enfermedades e incluso la muerte.
Los facultativos reconocen que para personas sanas, sin ningún síntoma respiratorio, estas concentraciones no representan un riesgo inmediato. Sin embargo, las personas que sufran alergias, asma, EPOC u otras enfermedades respiratorias, así como niños y ancianos, son grupos bastante sensibles.
Especialmente a los alérgicos, la contaminación les afecta mucho, sobre todo por las partículas de los motores diésel que hacen más alérgico al polén. Por este motivo, las alergias son más agresivas en las ciudades que en el campo.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) más de dos millones de personas mueren al año por la contaminación del aire, según datos de 2006. El Ministerio de Medio Ambiente español cifró en 16.000 el número de personas que mueren prematuramente a causa de la contaminación del aire, en 2010 (según datos de la UE) se producen 370.000 muertes al año por esta causa en la zona europea.
¿Un poco más concienciados? Pues seguid leyendo la parte III para ver cómo podemos ayudar.