No hay nada más espléndido que una casa con un jardín de césped verde, casi sintético en su perfección. Un jardín de estas características, como el fondo de pantalla que viene por defecto en Windows, nos puede parecer ideal de la muerte, el epítome de una imagen ecológica. Ecológico de esa forma tan estereotipada en que son ecológicos los prados de la publicidad televisiva. Verde como el tapete de una mesa de billar. Plinio decía: “El verde alegra la vista sin cansarla“. Por ello, el emperador Nerón contemplaba los espectáculos de prisioneros devorados por leones a través de una esmeralda plana y pulida, como el cristal de unas gafas en 3D.
Pero, al igual que sucede con el fondo de pantalla de Windows, el verde de ese césped no es una imagen ecológica en absoluto. Más bien es lo menos “verde” que hay en una casa con jardín.
Sólo en Estados Unidos, el césped cubre más superficie que cualquier cultivo a nivel individual, nada menos que 130.000 kilómetros cuadrados. Pero este césped no tiene nada de natural. El césped, lo que anhela, tal y como cualquier otra hierba salvaje en la naturaleza, es crecer hasta una altura de más o menos medio metro, florecer, volverse marrón y morir.
Pero, tal y como señala Bill Bryson:
Mantenerla corta, verde y creciendo continuamente significa manipularla de un modo bastante brutal y verterle muchas cosas encima. En el oeste de Estados Unidos, cerca del 60 % de toda el agua que sale de los grifos se destina a regar céspedes. Peor aúne s la cantidad de herbicidas y pesticidas (32.000 toneladas anuales) con la que se impregnan los céspedes.
Vía | En casa de Bill Bryson