Las especies, en general, están adaptadas al medio en el que viven. Los cazadores caminan silenciosamente, las presas tienen un oído excelente, los buitres detectan cadáveres a gran distancia. El ser humano es una excepción, al haber cambiado mucho nuestros intereses actuales. Nuestra forma de ver el mundo, nuestras capacidades, nuestros sentimientos y nuestras tendencias están condicionadas por nuestra historia evolutiva, y se desarrollaron en un contexto muy diferente al del mundo actual, enfrentándose a problemas muy distintos de a los que nos enfrentamos hoy en día, que requerían soluciones completamente diferentes. Un ejemplo es nuestra innata incapacidad de percibir fenómenos que ocurren a escalas temporales amplias. Nunca hemos necesitado esta capacidad, porque hemos sido una especie que ha vivido en el corto plazo, percibiendo sobre todo las variaciones dentro del mismo año, pero sin ir más allá. Al no necesitar esa capacidad, no la hemos desarrollado, y por tanto interpretamos muchas cosas que nunca antes nos habían interesado (y ahora sí) de modo erróneo.
El ejemplo que voy a exponer es el de los ciclones en el Atlántico Norte y la sequía de España en los últimos años. Como ya se escribió en otra ocasión, el ser humano actual, a la hora de estudiar ciertos fenómenos, tiene la necesidad de relativizar a escalas temporales adecuadas, y más conformes a los ciclos climáticos que las escalas temporales humanas. En el caso de los ciclones en el Atlántico Norte, es notorio (o eso parece) que han aumentado en los últimos años. Además de mitos y leyendas urbanas, que poco tienen de indicativo, la gente que vive en las zonas afectadas por los ciclones percibe claramente que éstos aumentan. Y lo mismo ocurre con la sequía española. Las preguntas son: ¿irá a más? ¿acaso no ha sido siempre así? ¿está ocurriendo algo extraordinario? Podríamos decir que el ser humano, de forma innata, basado en sus sensaciones, es incapaz de responder adecuadamente a esas preguntas.
Y es incapaz porque sus procesos mentales no trabajan con escalas temporales adecuadas al problema. Cosas como la Oscilación del Atlántico Norte se perciben con números, artículos y gráficas, pero no con nuestros sentidos (de los que no hay que fiarse demasiado al abordar estos problemas). Este fenómeno, detectado hace más de tres siglos (aunque solo estudiado gracias a los satélites), actúa en ciclos de más de 10 años, hasta varias décadas. Consiste en la variación conjunta del dúo entre el anticiclón de las Azores y una depresión al Norte, alrededor de Islandia. Este fenómeno presenta dos fases: positiva y negativa, que afectan al clima del Este de Norteamérica y la práctica totalidad de Europa.
Algunos de los rasgos propios de la fase positiva son el aumento de las tormentas y precipitaciones en el este de Norteamérica y el dominio de la sequía en la región mediterránea, debidos a la intensificación cíclica de los vientos de Oeste entre 50 y 60 grados Norte. Lo cual concuerda con la fase que hemos vivido o estamos viviendo en los últimos años. La cuestión es que los humanos somos incapaces de ver esto como algo normal, y lo hacemos como algo extraordinario.
Los efectos del cambio climático, por tanto, no tienen por qué verse de un día para otro en forma de "el día más lluvioso de la década" o "el año con más ciclones del siglo", o "jamás ha habido un verano como este", sino en fenómenos y ciclos climáticos que no necesariamente los humanos somos capaces de percibir o interpretar con facilidad.
Más información | Oscilación del Atlántico Norte