Cada vez somos más en el planeta Tierra, crecemos a una velocidad tal que resulta improbable imaginarse que a corto plazo podamos colonizar otros mundos. Estamos atrapados aquí, por el momento. Y es seguramente algún día tendremos que dirimir sobre el deseo de seguir procreando y la responsabilidad de limitar la procreación. Con todo ¿la superpoblación es tan preocupante como parece?
Como siempre, la respuesta no es sencilla. Y para ser justos, debe de admitirse que se ignora en gran parte, por muchos panfletos apocalípticos que se publiquen.
Hace dos siglos, el economista Thomas Malthus ya lanzó las campanas al vuelo sobre los problemas de la superpoblación. Él resumía el problema en dos características:
-El alimento es necesario para la existencia del hombre
-La pasión entre los sexos es necesaria y se mantendrá casi en su estado actual.
Su conclusión era:
El poder de la población es indefinidamente mayor que el poder de la tierra para producir el sustento del hombre. La población, cuando no encuentra obstáculos, aumenta en proporción geométrica. El sustento lo hace sólo en proporción aritmética. Basta con saber un poco de números para ver la enormidad del primer poder comparado con el segundo.
Desde este punto de vista, Malthus tenía razón; incluso la idea aparentemente altruista de alimentar al sector de la humanidad que muere de hambre sólo condenaría a morir de hambre a más gente todavía: a los hijos de éstos.
Años después, más estudiosos se reafirmaban en la tesis pesimista de Malthus. En 1967, William y Paul Paddock escribieron un libro titulado Famine 1975!, y en 1970, el biólogo Paul Ehrlich, autor de La explosión demográfica, preveía que 75 millones de estadounidenses y 4.000 millones de personas del resto del mundo morirían de hambre en los años 1980.
En 1972, el Club de Roma, un grupo de grandes pensadores de la época, predijeron algo muy parecido, aunque para más adelante.
En 1980, el economista Julian Simon, apostaba que, en diez años, cinco metales estratégicos serían cada vez más escasos y, por lo tanto, aumentaría su precio.
Todos ellos perdieron sus apuestas. Lo que nos indica esta serie de erróneas predicciones maltusianas es que las predicciones maltusianas no funcionan, como tampoco las de Rappel o la bruja Lola. Y no funcionan porque ignoran muchas variables, como los descubrimientos que van aparejados a las dificultades; o como que, a más número de mentes y mejor interconectadas, más posibilidades hay de que se encuentren soluciones para sobrevivir.
Vía | La tabla rasa de Steven Pinker