Tal y como os explicaba en la primera entrega de este artículo, la estrategia seguida por el comercio justo es, en pocas palabras, la siguiente: intentamos pagar más a los productores, a la vez que intentamos persuadirles de que produzcan menos. La propia Oxfam tuvo que admitir que fijar los precios del comercio justo no haría nada para tratar el problema subyacente, que era el exceso de oferta de café.
Se propuso entonces otra estrategia aún más delirante: recomendar a los gobiernos y empresas que compraran aproximadamente 5 millones de sacos de café y los destruyeran. Es decir, en vez de dar ese dinero (unos 100 millones de dólares) a los pobres para dejar que cultiven algo que la gente necesite, pagarles por cultivar algo que ni siquiera necesitamos, para que luego podamos destruirlo.
Con razón, pues, el café de comercio justo es más caro: hay que pagar la parte que consumimos y la parte que tiramos al mar.
La cuestión es que, ya mostremos nuestro apoyo por un sistema económico capitalista o socialista, los precios deberían reflejar la escasez relativa. Si hay demasiado café con relación a la cantidad de gente que lo consume, los precios deben bajar y la producción se debe reducir. Y si, por ejemplo, no hay suficiente gasolina para todos, los precios deben subir y el consumo se debe reducir.
Esta lección también tuvo que aprenderla de forma trágica la poderosa empresa The Body Shop, que empleando una filosofía similar al comercio justo del café, adquirió manteca de karité en África a precios por encima del mercado: 6,3 toneladas en 10 pueblos del norte de Ghana. Fijó un precio base de 1,25 libras por kg, un 50 % más que el precio local. Pero la empresa añadió 0,79 libras por kg al precio pagado, que los cosechadores podrían invertir a su vez en colegios locales o en los proyectos de desarrollo que estimaran oportunos.
Tal como explica Joseph Heath en su libro Lucro sucio:
John Stackhouse, al viajar a la región unos años después, informó de las desastrosas consecuencias de esta iniciativa. En un trágico caso real que imitaba a los de la Introducción a la Economía, las noticias del pedido de The Body Shop hicieron que se creara una “gran demanda de karité”, seguida de una predecible sobreproducción. Los granjeros dejaron de cultivar todo tipo de cosechas para sacar tajada del tema del karité. (…) Cuando se ofrece pagar precios por encima del mercado, se envía a los productores el mensaje de que “el mundo necesita más manteca de karité”. Lamentablemente, el mundo no necesitaba más manteca de karité, de modo que la mayor parte de la producción extra, estimulada por esta indicación del precio, se desperdició.
Y ahora voy a acabarme mi taza de café, por la que he pagado 0,95 €.