Como especie, en diversas ocasiones nos hemos visto en la tesitura de afrontar la escasez de recursos. Sin embargo, siempre ha salido al paso nuestra capacidad de innovación para multiplicar los recursos disponibles, o para dejar de depender tanto de ellos.
En un mismo lugar del mundo, Abu Dhabi, podemos contemplar esta dinámica en ambas direcciones: se ha levantado aquí una de las ciudades más caras del planeta gracias a los beneficios del petróleo, pero a la vez ya se está construyendo, justo en las afueras, la primera ciudad postpetróleo del mundo, y uno de los proyectos más caros de la historia.
Comida
Hace apenas unas décadas, por ejemplo, creíamos haber llegado al techo de la agricultura: no había posibilidad de producir suficiente comida para alimentar todas las bocas del mundo. Entre 1840 y 1880, el nitrógeno de guano marcó una gran diferencia para la agricultura europea, pues obraba como una suerte de fertilizante mágico. Los depósitos de guano, sin embargo, se estaban agotando. Entonces, Fritz Haber y Carl Bosch inventaron un sistema para fabricar grandes cantidades de fertilizante de nitrógeno inorgánico. Podéis leer más sobre esta historia en El día en que la escasez de caca de pájaro casi acaba con la humanidad.
Aluminio
El aluminio fue también uno de los metales más escasos para el ser humano en la mayor parte de su historia. Hasta el siglo XIX, de hecho, a causa de su escasez, fue considerado el metal más valioso del mundo. El propio Napoleón II dio un banquete en honor del rey de Siam (actual Tailandia) en el que a los invitados de honor se les obsequiaba con utensilios de aluminio. El resto de convidados se tuvo que conformar con utensilios de oro.
La rareza del aluminio se debe a su estructura química: debido a su afinidad con el oxígeno, no se encuentra en la naturaleza como un metal puro: lo hace unido como óxidos y silicatos en un material de tipo arcilloso llamado bauxita. La bauxita tiene un 52 % de aluminio, pero separarlo era complejo. Hasta que llegó Henri Sainte-Claire, que en 1854 creó el primero proceso industrial comercial de extracción del aluminio, haciendo descender su precio un 90 % (en 1825 y 1845, Hans Christian Oersted y Frederick Wohler fueron los primeros en obtenerlo de forma puntual).
A pesar de ello, el aluminio seguía siendo demasiado caro. A esos precios, jamás se hubiera desarrollado la tecnología tal y como lo ha hecho. Hasta que, en 1886, el químico estadounidense Charles Martin Hall y, también simultáneamente, el francés Paul Héroult descubrieron el proceso para hacerlo: la electrolisis. Usando la electricidad, liberaron fácilmente el aluminio de la bauxita. Y el aluminio se volvió accesible y barato para todo el mundo.
Abundancia de conocimiento
Hasta hace apenas unos pocos siglos, sobre todo a raíz del desarrollo de la imprenta (que también favoreció la alfabetización: antes no había incentivo para aprender a leer si apenas había libros), el conocimiento era tan escaso como la comida, el aluminio y otros elementos. Pero la ciencia y la tecnología frotó la lámpara de Aladino, multiplicando los canales por los cuales la gente podía acceder al bien escaso del conocimiento.
Al pasar por sus cerebros, y compartirlo fácilmente con los demás, el conocimiento crecía y se multiplicaba. Lo que era escaso se volvía abundante. Una abundancia que incluso puede apreciarse en fechas tan próximas como el siglo XX. A pesar de que ese siglo fue testigo de la muerte de cincuenta millones de personas debido a la epidemia de gripe de 1918, o de sesenta millones debido a la Segunda Guerra Mundial, amén de huracanes, incendios, inundaciones y otras catástrofes naturales, el siglo XX cambió al ser humano gracias al conocimiento.
Por ejemplo, gracias al conocimiento médico y el relativo a la higiene, así como otros factores, la mortalidad infantil se redujo el 90 %. La mortalidad materna, un 99 %. La esperanza de vida creció un 100 %, en conjunto. Hoy en día, a pesar de la crisis económica mundial, hasta el estadounidense más pobre tiene acceso al teléfono, a la televisión o al inodoro, entre otros, lujos que ni los más ricos de principio de siglos disponían.
El conocimiento también amplió nuestra empatía, propiciando el desarrollo de derechos que protegieran a los más débiles, evitando más que nunca las desigualdades, tal y como explica Matt Ridley en su libro El optimista racional, retrotrayéndose a tiempos oscuros:
El índice de mortalidad de la guerra típico de muchas sociedades cazadoras-recolectoras (0,5% de la población al año) equivaldría a dos mil millones de personas muertas en el siglo XX (en lugar de cien millones) (...) El infanticidio era un recurso común en tiempos difíciles. Las enfermedades estaban también siempre cerca: la gangrena, el tétanos y muchos tipos de parásitos habrían sido grandes asesinos. ¿Mencioné ya la esclavitud? Era común en el noroeste del Pacífico. ¿El maltrato de esposas? Rutina en Tierra del Fuego. ¿La falta de jabón, agua caliente, pan, libros, películas, metal, papel, tela? Cuando conozcan a una de esas personas que llegan al extremo de afirmar que preferirían haber vivido en una edad antigua, supuestamente más placentera, sólo recuérdenles las instalaciones sanitarias del Pleistoceno, las opciones de transporte de los emperadores romanos o los piojos de Versalles.
Escasez, abundancia
Tal y como explican Peter H. Diamandis y Steven Kotler en su libro Abundancia, los recursos escasos se vuelven abundancias gracias a la innovación, y esa innovación es cada vez más frecuente porque todos nosotros estamos mejor conectados gracias a los medios de comunicación, sobre todo Internet:
La razón es bastante sencilla: la escasez suele depender del contexto. Imagina un naranjo gigante lleno de fruta. Si arranco todas las naranjas de las ramas inferiores, me quedo sin posibilidad de acceder a la fruta. Desde mi perspectiva limitada, ahora las naranjas son escasas. Pero en cuanto alguien invente una tecnología llamada escalera, de pronto podré alcanzarlas. Problema resuelto. La tecnología es un mecanismo de liberación de recursos. Puede convertir lo que antes era escaso en abundante.
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